lunes, 26 de enero de 2015

Victoria de Samotracia

Sigo sin poder ver una foto tuya.

Me estremezco cada vez que imagino esa sonrisa inexistente, o esos ojos almendrados que brillaban solos y significaban tanto.

 Se me hace un nudo en la garganta que me impide gritar, pensar, imaginar, y sólo la nostalgia  es capaz reconducir mi mente y olvidar una realidad desinteresada.

Soy una persona muy orgullosa. Y todo lo que he hecho por ti, todo lo que te he dado, ha sido tanto, que irremediablemente, llevas una parte de mí.  

He confiado más en ti que en mí mismo. Te he dado los ánimos que yo no tenía, las ganas que yo no tenía, el amor que ya no tenía. Aunque la situación fuera la más adversa del universo, lo hice.

No me rendí, nunca abandoné, y pese a recibir esas heridas que me desangraron lentamente, continué ciego hacia ti. Como si eso fuera a matarme, como si tus labios fueran a acogerme.

Era triste. Era un triste iluso y soñador que imaginaba que la vida era bella, que las personas eran bondadosas, y que con cariño todo podía solucionarse.


Creí en ti, como nunca había creído en mí. Desee tanto tu felicidad, que acabé por perder la mía. Fuiste el claro reflejo de un ángel que se había petrificado. Un hermoso ángel que admiraba, con mirada serena, pero con un corazón destrozado.



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Ecos del pasado