sábado, 29 de mayo de 2010

Viajeros al tren (II)

Llegamos a al estación 15 minutos antes de la partida del tren. Antes durante el viaje en coche Caroline no había dejado de mirar por la ventana, se la veía preocupada. Ahora en la estación no paraba de mirar a todas partes menos a mí, incluso el suelo parecía ser más importante que yo. Me senté en uno de los bancos de la estación y le hice un gesto para que viniera y estuviese conmigo.

-¿Tanto se me notan las ojeras que no quieres ni mirarme?
-No es eso es sólo que…no sé…
-Vamos, no puedo soportar que una chica tan guapa como tú esté triste.
-No, tienes que irte, es tu sueño, es tu futuro, es…llevas años estudiando y haciendo proyectos pare este viaje, para poder estudiar Historia en Italia, no puedo dejar que te quedes…

Nos quedamos en silencio así como un minuto

-Por cierto, toma
-¿Un walkman?
-Sí, el disco lleva tus canciones favoritas y dos nuevas piezas que compuse.
-Gracias, lo escucharé todas las noches antes de acostarme…venga prepárate que el tren ya ha llegado y en 5 minutos se irá.
-Sabes que no tengo prisa, que desearía que este momento nunca tuviera fin.

Nos levantamos y miramos el tren, después ella desvió la mirada y se fijó en sus pies, el pelo le tapaba la cara y no podía verla.

-Pro…prométeme que me escribirás, aunque sea una vez al mes, y que aprovecharás cada oportunidad, prométeme que conocerás Italia como la palma de tu mano, que llevarás cuidado con las duchas y las chicas, que tu tiempo allí no será un desperdicio, que viajarás en góndola, que aprenderás a tocar el acordeón, que te acordarás de dormir y de descansar…promételo…

Caroline apretaba los puños con fuerza y ya había empezado a llorar, la abracé, quería contagiarme de ella antes de irme y que ella se contagiara de mí.

-Te lo prometo… -le susurré-.
-No pienso echarte de menos, ¿sabes?

Sabía que aunque me apoyase, deseaba que me quedara con ella, que me necesitaba y que yo la necesitaba a ella.

-Sabes que yo lo haré en el momento en que me suba a ese tren.

Y la besé, la besé con dulzura, quizá el último hasta dentro de seis meses y porque era nuestra despedida…

Caroline me metió un papel en el bolsillo y me apretó la mano con fuerza…

-Ábrela en el tren – dijo, y me abrazó un poco más fuerte-.

Yo, simplemente, le devolví el abrazo, poco a poco me separó de ella y me indicó que fuera al tren. Se enjugaba las lágrimas para poder ver. Cogí las maletas y la miré, intentó sonreírme, para que no me preocupara, para que todo fuera bien. Tenía cara de niña buena, pensé.
Me monté en el tren y ocupé el asiento que daba a la ventana, ella seguía mirando al suelo, cogí la nota que me había dado, había una palabra escrita… Recordé lo que significaba esa palabra para nosotros…
El tren empezó a moverse, me sentí atrapado, como si llevasen a cualquier sitio, vi a Caroline mirarme tal y como me miró la noche en la que nos conocimos y con ese recuerdo, la perdí…

Ella no se movió de la estación hasta que no escuchó todas las canciones.

Yo, sin embargo, una semana después cogía un tren de vuelta a casa, mi vida no estaba en Italia, estaba con ella…




viernes, 28 de mayo de 2010

Viajeros al tren

Me desperté demasiado pronto, supongo que fue porque no podría dormir, aún así estaba amaneciendo, me lavé la cara, encendí una rama de incienso en la habitación y le di un beso a Caroline. Anduve hacia la cocina y masqué una hoja de menta, me aclaraba la garganta y me daba un sabor especial a la garganta, después chupé una cucharada llena de miel y la metí en el tarro para molestar a Caroline. Reí.

Hacía un calor horrible, iba en calzoncillos pero quise vestirme decentemente así que fui a por una camisa, cogí la verde y blanca a cuadros, la que más me gustaba y cogí el libro que leía cuando la vida me dejaba un poco de tiempo para mí, “Hojas de Otoño” se llamaba. Lo compré en una tienda de libros, he de decir que me encantó su portada y decidí llevármelo. Resulta que me gusta mucho, es un libro que creo que debería leer todo el mundo, pues da que pensar.
Salí a la terraza, Caroline y yo vivíamos en una pequeña casa, desde la terraza podías ver todos los árboles del parque, incluso aquellos de las hojas rojas que eran nuestros favoritos, sin embargo las personas no nos podían ver, era una ventaja.
Esa mañana corría una ligera brisa de verano, el aire venía fresco pero en la casa hacía un calor insoportable. Amanecía por el lado opuesto, eso me dio rabia pero después pensé en todos los atardeceres que habíamos visto juntos y se me olvidó un poco.
Cogí una hamaca de madera que compramos en una tienda de antigüedades en Francia y abrí el libro, me impresioné, hacía mucho tiempo que no leía, sobre un mes diría pero no me acordaba que me quedase tan poco para terminar. Me quedé por el capítulo XII “Desesperación”, me puse las gafas y empecé a leer en voz alta.

[La calle seguía desierta y la noche contagiaba el ambiente, yo iba por los callejones más húmedos de Nueva York buscando los ejemplos más claros de falta de humanidad, llovía y había perdido mi paraguas en Forest Hill…]

-Pareces un empollón con esas gafas, me dijo Caroline mientras me abrazaba y me daba un beso.
-Con tu asqueroso cariño no se puede leer querida.
-Qué simpático eres a veces, sonrió, prométeme que no desaparecerás en estos 10 minutos que no estaré.
-Voy ahora mismo a tirarme por el balcón.

Me dio otro beso y se fue hacia la cocina. Mientas andaba le miré el culo, hay que reconocer que lo tenía bastante bien.
Se me quitaron las ganas de leer con lo que guardé el libro y me dirigí a la cocina. Caroline se había recogido el pelo y me dí cuenta que llevaba una de mis camisas, la azul, la que le gustaba a ella y estaba en bragas. Me hizo mucha gracia.

-Hay que ver lo sexy que estás con esa ropa.
-No me mires que no me quieres.
-Tienes razón, no sabes todo lo que te odio. Le dije abrazándola por detrás.
-Dame un beso. Me desafió
-¿Tengo hambre sabes?
-Te libras por tus ojos, si no hoy te quedabas sin desayunar.

Le sonreí
-Y date prisa con las tostadas que no te va a dar tiempo que aún tienes que hacer la maleta. Voy a ducharme.
-Lleva cuidado, le dije guiñándole un ojo
-Imbécil Dijo riéndose, sabía porqué lo decía.

Desayuné tranquilamente las canciones de la radio eran un asco y no estaba por la labor de ver la televisión con lo que al terminar de desayunar fui a la habitación a terminar de vestirme y arreglarme un poco.
Caroline ya había terminado y se sacudía el pelo con las manos mientras se lo peinaba, era castaño y liso tal y como me gustaba.
-Ponte ya unos pantalones por Dios
-No mires
-No sé como he podido enamorarme de un imbécil como tú
Puse los ojos en blanco y metí un empujón para apartarla de la puerta
-Debilucha
-Abusón
Lo nuestro si era amor…me duché con agua fría a costa del calor, me sequé y me despeiné, mi abuela si estuviera aquí me hubiera peinado con la raya hacia un lado. Decía que los jóvenes de ahora éramos unos desvergonzados, enseñándolo todo, con esos pelos, tatuajes…que donde estuviera un buen chico con sus zapatos y camisa…
Caroline se había puesto guapísima, con su pelo largo brillante y una camiseta que le favorecía mucho.

-¿Vamos?
-Sí, ya estoy listo, cogí la maleta y fuimos hacia la estación...



domingo, 23 de mayo de 2010

Verdad

Sus ojos de café que mostraban mi impotencia, que se apagaban oscuros, que reflejaban mi impaciencia…

Valor-me decía- pues como cobarde actuaba, aquella nota en mi bolsillo quedó guardada…

miércoles, 19 de mayo de 2010

Mi pequeña amiga Phoebe

Phoebe era una chica que conocí en uno de mis viajes, creo que la vi en todos y cada uno de ellos, lo único que os puedo decir que os puedo decir es lo que recuerdo de ella…

Así era Phoebe:

Ella era una chica sencilla, amable e interesante que creí conocer, pensaba que era, guapa, un poco altruista, generosa y para nada impulsiva. Le gustaba bailar, que le mirasen a los ojos, ver estrellas y cantar bajo el agua. Acostarse en la arena, los acantilados, las radios antiguas, imaginar que tocaba el piano y leer libros que te hagan cerrar los ojos cuando los terminabas.

Phoebe era inteligente, siempre tenía buenas ideas, le gustaba el naranja y marrón del otoño y el blanco del invierno. Las tortugas gigantes, le encantaba mirar los peces cuando nadaban en acuarios y poner caras en el espejo. Le gustaba llevar bailarinas, escribir en las clases aburridas, ver el mar y respirar el aire fresco. Los dados, apagar despertadores y clavar agujas a su muñeco budú. Le gustaba lo hippie, guardar sus mejores recuerdos, coleccionar monedas de todo el mundo y hacer fotos al cielo y a las nubes.

A Phoebe le gustaban mucho las libretas pequeñas, los lápices afilados, le gustaba el polvo y los caramelos de fresa y de naranja. Tomar leche fría con cereales hasta quedarse sin leche, mascar chicles de menta y oler azahar y albahaca. Los vestidos de seda, pensar boca arriba y el olor a canela. Recoger conchas en la playa, sentarse en precipicios, porque decía que es donde mejor se veía todo, ir descalza por su casa, y dormir con calcetines.

Phoebe siempre pensaba que no servía de nada la vida si con ella no vivías experiencias, que la inocencia acrecentaba tu ser y que los océanos eran continuaciones marinas de nuestros ojos. Que una gota de vida se acababa con el último grano de arena de su reloj.

Ella había viajado a un montón de sitios, que yo recuerde, a Nepal, donde me dijo que encontró su paz interior, a la selva amazónica, donde se encontró con un poblado y le enseñaron a curarse sus heridas, a los fiordos noruegos, donde pudo respirar el aire más puro que jamás había respirado, a Nauru, donde observó el mundo infinito que se extendía bajo los arrecifes de coral y…bueno, no me juzguéis por mi mala memoria.

Todos los martes iba al parque y se sentaba en el primer banco libre que encontraba, subía los pies y mordisqueaba como nerviosa su lápiz pensando en la próxima experiencia que escribirá. Los días de lluvia eran sus favoritos porque no había cosa que más le gustase que acostarse en el césped y notar las gotas resbalar por su cuerpo, mojarse y llegar a casa empapada.

Antes de desaparecer me dijo..."Las huellas dactilares no de borran de las vidas que tocamos"...quizás tuviera razón...quien soy yo para desmentirla...pues nunca la conocí.


Creeréis que es una obsesión pensar en esta chica, creeréis que alguna vez la habréis visto o incluso que vosotros habéis sido ella alguna vez en vuestra vida.
No penséis más en ella, pues Phoebe no existió, no existe y nunca existirá.



[Ilusinistas...]

miércoles, 12 de mayo de 2010

¿Nuestro mundo?


Vientos perdidos en mesetas olvidadas, viajeros en un mundo castigado por egoísmo humano, exploradores oceánicos de abismos infinitos, flores de azahar, estrellas apagadas por la luz solar, nubes flotantes de lluvia transparente, algodón azul de azúcar, notas poéticas, al fin y al cabo, ideas que se le ocurren a un loco tras su exilio al Tártaro, ¿un mar de dudas?, no, todo es más fácil arreglarlo librándose de cargo de conciencia, dios del bien y dios del mal, ¿qué son sin su base maniqueísta? Ya, no me entendéis…porque somos como marionetas, manejados por hilos que nos quitan de nuestra libertad natural, somos presos de nuestra incompetencia, seamos realistas, estamos atrapados, honestidad, humildad, altruismo, paz…¿existen?

La rendición, no es sino, un signo de debilidad absoluta, proclive a desaparecer en la inmensidad oscura, de nuestras voces apagadas de sabiduría, exentas de sentido común, pues que son las palabras si no la nada, sin embargo la nada no existiría si no hubiera un todo, ¿absurdo verdad?, yo diría relativo, como nuestro mundo lejano.

Valor…
[Siempre ...]

sábado, 8 de mayo de 2010

Elaine

Que “buena” fue aquella tarde. Pensé. Ni siquiera sabría decir el tiempo que pasé allí.
Es más creo que no llegó a pasar el tiempo mientras estaba sentado en aquel banco. Es curioso, siempre que iba a pensar acababa sentándome en el mismo lugar de siempre, el banco que estaba solitario en el parque, aquel que miraba hacia el lago y daba la espalda a medio mundo. Pero aquella vez necesitaba más que nunca encontrarme a mí mismo, no había sido un golpe fácil de encajar, ni nunca lo sería. Llovía, me sentía inútil, como si no sirviera ya para nada, vivía tan cerca de ella…compartíamos tantas cosas, prometimos tanto…y ahora esto, es asqueroso en serio. Una verdadera mierda. Es fácil recordarla, su piel, de tez blanca, sus ojos…de un azul tan intenso y sus labios, grandes y siempre rojos…Elaine era preciosa. Guapísima. Para mí de las mejores personas que podían existir. Me gustaba tanto su sonrisa, cuando íbamos por la noche al parque siempre me miraba con ojos soñadores y me abrazaba muy fuerte cerrando los ojos y decía que mi alma era demasiado buena para dejarla escapar. A veces se quedaba embobada mirando las estrellas, como esperando a ver una fugaz y me daba rabia cuando me avisaba porque había visto una y a mí no me daba tiempo. Acababa dormida en el banco acurrucada y con la cabeza apoyada en mi pecho. Le gustaba oír mi respiración. Escuchar poesía. Inventarse historias sin fin. Le gustaba el frío y la noche. Le gustaba el calor. Sin embargo ahora…
La vida no sirve para nada cuando alguien pierde una persona como ella, antes podría decir lo mucho que me gustaba, lo mucho que me quería. Ahora ni siquiera existe.
Estoy harto de las injusticias. Antes de suicidarse dejó un papel en su habitación:

“Mentir a la inocencia en vuestra mente dormida, más nunca pienses en la muerte, si no en la vida perdida, palabras resonarán con eco en tu subconsciente, apágalas con valor,asimílalas con honestidad, aprende a perder y empieza a ganar, hostilidad, hipocresía, odio, las encontrarás en este mundo más estoy segura que las borrarás en este periplo que tú y yo creamos, cuando me miraste por primera vez aquel día junto a la muerte”
Perdóname…

Elaine

Arrugaba su carta con fuerza, aún olía a ella, apenas se entendía ya lo que ponía, empapada y mojada por lágrimas desgarradoras de lo que una vez pudo llamarse amor, aún así, seguía allí, en su banco, en nuestro banco. Mojado, mirando al vacío, pues mi fin se encontraba en lo más profundo de aquel lago…



domingo, 2 de mayo de 2010

Poesía del cuervo

Cierta noche aciaga, cuando, con la mente cansada,
meditaba sobre varios libros de sabiduría ancestral
y asentía, adormecido, de pronto se oyó un arañazo,
como si alguien muy suavemente llamara a mi portal.
“Es un visitante” -me dije- , que está llamando al portal;
sólo eso y nada más.

¡Ahh…recuerdo tan claramente aquel desolado diciembre!
Cada chispa resplandeciente dejaba un rastro espectral.
Yo esperaba ansioso el alba, pues no había hallado calma
nn mis libros, ni consuelo a la pérdida abismal
de aquella a quien los angeles Leonor podrán llamar
y aquí nadie nombrará

Cada crujido de las cortinas purpúreas y cetrinas
me embargaba de dañinas dudas y mi sobresalto era tal
que, para calmar mi angustia repetí con voz mustia:
“No es sino un visitante que ha llegado a mi portal;
un tardío visitante esperando en mi portal.
Sólo eso y nada más”

Más de pronto me animé y in vacilación hablé:
“Caballero -dije-, o señora, me tendréis que disculpar
pues estaba adormecido cuando oí vuestro arañazo
y tan suave había sido vuestro golpe en mi portal
que dudé de haberlo oído…”, y abrí de golpe el portal:
sólo sombras, nada más.

La noche miré de lleno de temor y dudas pleno,
y soñé cosas que nadie osó soñar jamás;
pero en este silencio atroz, superior a toda voz,
sólo se oyó la palabra “Leonor” que yo me atreví a susurrar…
sí, susurré la palabra “Leonor” y un eco vovióla a nombrar.
Sólo eso y nada más.

Aunque mi alma ardía por dentro regresé a mis aposentos
Pero pronto aquel arañazo se escuchó más pertinaz.
“Esta vez quien sea que llama ha llamada a mi ventana;
veré pues de qué se trata, qué misterio habrá detrás.
Si mi corazón se aplaca lo podré desentrañar
¡Es el viento y nada más!”.

Más el cuervo, altivo, adusto, no pronunció desde el busto,
como si en ello le fuera el alma, ni una sílaba más.
No movió una sola pluma ni dijo palabra alguna
hasta que al fin musité: “Vi a algunos amigos volar;
por la mañana él también, cual mis anhelos, volará”
Dijo entonces: “Nunca más”

Esta certera respuesta dejó mi alma traspuesta;
“Sin duda –dije-, repite lo que ha podido acopiar
del repertorio olvidado de algún amo desgraciado
Que en su caída redujo sus canciones a un refrán:
“Nunca, nunca más.”

Como el cuervo aún convertía en sonrisa mi porfía
planté una silla mullida frente al ave y el portal;
y hundido en el terciopelo me afané con recelo
en descubrir que quería la funesta ave ancestral
al repetir: “Nunca más”

Más cuado abrí la persiana se coló por la ventana,
agitando el plumaje un cuervo muy solemne y ancestral.
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,
con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal,
en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral;
fue, posóse y nada más.

Esta negra y torva ave tocó, con su aire grave,
con sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
“Este penacho rapado –le dije- , no te impide ser osado,
Viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
¿Cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?”
Dijo el cuervo: “Nunca más”

Que una ave zarrapastrosa tuviera esa voz virtuosa
sorprendióme, aunque el sentido fuera tan poco cabal,
pues acordareis conmigo que pocos habrán tenido
ocasión de ver posado tal pájaro en su portal.
Ni ave ni bestia alguna en la estatua del portal
que se llamara “Nunca más”

Esto, sentado pensaba aunque sin decir palabra
al ave que ahora quemaba mi pecho con su mirar;
eso y más cosas pensaba, con la cabeza apoyada
sobre el cojín purpúreo que el cojín hacía brillar.
¡Sobre aquel cojín purpúreo que a ella le gustaba usar,
y ya no usará nunca más!

Luego el aire se hizo denso, como si ardiera un incienso
mecido por serafines de leve andar musical.
“¡Miserable! –me dije-. ¡Tu Dios estos ángeles dirige
hacia ti con el filtro que a Leonor te hará olvidar!
¡Bebe, bebe el dulce filtro, y a Leonor olvidarás!”
Dijo el cuervo: “Nunca más”

“¡Profeta! –grité-, ser malvado, profeta eres, diablo alado!
¿Del Tentador enviado o acaso una tempestad
trajo tu torvo plumaje hasta este yermo paraje,
a esta morada espectral? ¡Más te imploro, dime ya,
dime, te imploro si existe algún bálsamo en Galaad!”
Dijo el cuervo: “Nunca más!”

“¡Profeta! –grité-, ser malvado, profeta eres, diablo alado!
Por el Dios que veneramos, por el manto celestial,
dile a este desventurado si en le Edén lejano
a Leonor, ahora entre ángeles, un día podré abrazar”
Dijo el cuervo: “Nunca más!”

“¡Diablo alado, no hables más!”, dije dando un paso atrás;
¡Que la tromba te devuelva a la negrura abisal!
¡Ni rastro de tu plumaje en recuerdo de tu ultraje
Quiero en mi portal! ¡Deja ya en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho y tu sombra del portal!
Dijo el cuervo: “Nunca más!”

Y el impávido cuervo osado aún sigue, sigue posado,
en el pálido busto de Palas que hay encima del portal;
y su mirada aguileña es la de una demonio que sueña,
cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal;
y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal,
no se alzará…¡nunca más!




[En honor a un poeta, ya muerto sí, pero vivo en relatos como este, puesto que sigue despertando aquella intención, que en su mente describía...]