Como todo sábado, despertarme temprano no era cosa de la casualidad.
Mi capacidad para dormir por las mañanas se remite a los largos viajes y a los largos encuentros en los que más que dormir podríamos hacer cualquier otra cosa.
La semana fue completa, cuanto menos agotadora.
Madrugones de mañana y madrugones de noches para estar descansado por el día.
Mi rendimiento es bueno, quizá mejor de lo que me propuse, pero no mejor de lo que espero de mí. Es curioso ver y observar casi a diario cómo vamos rompiendo palabras y promesas que nosotros mismos nos hacemos con la simple intención de llevar nuestra vida si no más cómoda, simplemente llevarla.
El pronóstico para el fin de la semana indicaba lluvias y tormentas. Era una de las pocas veces en las que llover podría fastidiarme un plan. Sin embargo, no sé si por cortesía de Zeus o por aquella borrasca en altura que estuve estudiando justamente el pasado jueves en mi clase de Geografía Física, las lluvias no llegaron y aterricé en tierra de gaviotas con una manga corta y una brisa de verano.
La lluvia no llegó ni llegaría durante el fin de semana, sólo un frío nocturno que helaba tus pies por muchos calcetines que llevaras encima.
Como era costumbre por las fechas, hogueras inundaban la playa abarrotada. Música de todos los tipos, (bueno, absténgase piano y cuerda frotada), tiendas de campaña y el humo de las hogueras que no se desprendió de mi ropa hasta que la lavadora hizo su trabajo.
La verdad es que la arena de la playa sólo le restamos importancia en verano, en invierno, en cuanto tenemos un poco en algún sitio estamos venga a quitarla.
Mis zapatos acabaron llenos y no me molesté en vaciarlos porque poco tardarían en volver a llenarse.
La noche caía, se hizo larga, sí, y poco a poco podías ver cómo la gente iba dejando su consciente para abandonarse a su subconsciente. Todos parecían tan felices.
Cuando decidí dormir más por mi cansancio o pensando en el día anterior que por el sueño que tenía, no lo conseguí. El viento azotaba la tienda con furia y alguna vecina salió volando.
La música y la fiesta, que no entendía de horarios, tampoco me dejó mucho respiro y mi balance de descanso fue prácticamente nulo, apenas, media hora.
Me quedo, eso sí, con la experiencia de una playa abarrotada, hogueras de estrellas, un cielo más claro del que pensaba, y un frío que te hacía temblar.
El mar, lo bueno que tenía, es que parecía ajeno a todo lo que pasaba, y él seguía con sus olas intentando penetrar en la arena de la costa.