Hoy tengo ganas de ser irónico,
de embargar alguna que otra vida.
Reirme de los complejos, de los
tacones, el maquillaje, las gafas antiguas y los sudores de gimnasio; de los
prejuicios, de las camisetas ajustadas, de los peinados modernos, los cuchicheos
y los probadores rebosantes de indecisiones vestidas; de la hipocresía, de los
ajustes, reformas o recortes, de los paracetamoles diarios, de la abundante
falta de tiempo y la escasez de horas de redes sociales; reirme de los adultos,
que creen que no sabemos nada; de los jóvenes, que creen lo saben todo; de los
niños, que cada día aprenden algo. ¡Qué casualidad, al igual que los adultos y
los jóvenes!, ¿no será que tendremos cierto parentesco mental?
Me gustan las preocupaciones
contemporáneas. Las inquietudes de los adolescentes. Ropa, música, colaboración
social, diversiones, alcohol, estudio, cuerpo escultórico, mínimo esfuerzo.
¿Dónde quedan las aspiraciones personales? Desde luego, lejos de un banco de
pesas o de una bicicleta estática quedan.
La energía que los jóvenes
tenemos se nos va a ir yendo conforme crezcamos y, sin embargo, ahí seguimos,
parados, en nuestro mundo telemático y de visiones borrosas que los polvos nos
crean. Dormimos por la mañana y vivimos por la noche. Comemos a mesa puesta,
pero no nos preocupamos por mucho más.
Tengo ganas de ver cómo el mundo
puede ir cambiando, y cómo las aspiraciones personales se van cumpliendo. Tengo
ganas de ver cómo las decisiones se toman, y cómo las preocupaciones, con
excelencia se resuelven. Necesito ver cómo las quejas de la sociedad se
revierten en un compromiso de la misma por mejorar, pues ¡qué sencillo nos
parece hablar!, pero ¡qué dificil nos resulta actuar!
Yo no me libro de este montón de mundo, pero no puedo ser muy objetivo conmigo mismo, soy hombre, y en tanto a eso, cierto egoísimo me inunda.
Yo no me libro de este montón de mundo, pero no puedo ser muy objetivo conmigo mismo, soy hombre, y en tanto a eso, cierto egoísimo me inunda.