jueves, 21 de noviembre de 2013

Atlas

Hay veces que me siento como el mismísimo Atlas, cargando con el mundo a su espalda. De hecho cargo cosas mucho peores que el mundo. Emociones.

La culpa que me condena y que me hace recorrer lagos de lágrimas se manifiesta con una realidad feroz. Apenas puedo disimular mi angustia en dos leves parpadeos que me hagan olvidar la silueta de la desolación más oscura.


Me siento abatido, me siento desgastado, desfondado, reseco y deshidratado. No sé por qué más llorar, no sé qué más hacer, no sé qué más escribir.


La sangre conduce furia desocupando de oxígeno mi cuerpo y me ahogo en aire puro. Veo desaparecer las luces que alumbran mis ideas y son sustituidas por intuiciones, por intenciones que inundan mi mente, mis ojos y por último me inundan a mí.


He olvidado el alma en alguna parte de tu corazón. He perdido el aire para hincharla. He perdido de vista la estrella polar. Hay demasiadas nubes en el firmamento.

Sigo guiándome por los vientos.

Aquellos que me ayudarán a encontrar el aire, aquellos que me empujaron hacia ti y que volverán hacerlo hasta el resto de mi vida.


jueves, 7 de noviembre de 2013

Suspiros de luna llena

He llegado hasta tal punto de selección que he sido capaz de guardar cada uno de tus recuerdos en mi mente. Estás ahí, no desapareces. Sigues sentada, en silencio, en mis pensamientos, mirándome con los ojos abiertos y con esas facciones de ángel que llevas pegadas al rostro.

Eres tan real en mis sueños que casi lloro cuando me despierto. Las personas como yo somos un poco necias cuando pretendemos recordar nuestros sueños pero tú no te vas de mi cabeza, incluso tu figura cobra fuerza y se desliza entre las sombras hacia mí.

La luz de las velas me recuerda siempre a tu cuerpo desnudo, tu respiración fuerte y entrecortada, tus suspiros de luna llena.
Las noches saben a talco y a vainilla y desvelan el amor más puro que jamás haya p
odido sentirse. 
Las caricias exploran la superficie de tu piel y mueren en tus labios. Recorren tu pelo, tus mejillas y se dejan abandonar en tus piernas y en tu vientre.

Te he observado dormir hasta altas horas de la madrugada. Hablabas mientras dormías, intentaba descifrarte, pero eres tan compleja. Me pareces una criatura vulnerable, delicada, como un gran tesoro de cristal que no puedo dejar que se rompa. Te cuido, te abrazo y vigilo. Eres lo más valioso que tengo.

Tu tez blanca, nívea, me recuerda a los gélidos escalofríos que siento cuando me rozas con las yemas de tus dedos. El pulso se me acelera y los ojos se me cierran.

Cada vez creo con mayor seguridad que eres una mera invención, un ser imaginario e inimaginable. Una ilusión que me persigue y me causa fiebre y sudores. Una obsesión a la que no puedo abandonar ni aún estando despierto.