lunes, 29 de agosto de 2011

Thunders

Se avecinan tormentas...

Quizá sea esto lo que se diga ante una situación bastante controvertida que ocurrirá en un período de tiempo corto- medio. Ésta tormentosa metáfora, generalmente va seguida de problemas o conflictos que nunca hacen bien a nadie.

Quizá sea por mi carácter esquivo o por mi afán de rehuir la propia realidad lo que me haga ser hidrófilo* a parte de masoca. Sí, llueve y allí estoy yo.

¿Qué tormenta ni qué tonterías? Agua para el cuerpo, agua para la huerta y agua para refrescar mi memoria. Después de tanto día seco y de temperaturas superiores a los 310ºK, normal que las células de mi cerebro empezaran a experimentar ciertos procesos de plasmólisis*

Truena y relámpagos se ven.

Suenan y son vistos.

El cielo se ilumina por momentos y las gotas dejan entrever la suciedad de mi terraza.

La ropa hay que recogerla, si no acabará mojada.

Las ventanas hay que cerrarlas, si no acabarán empapadas. Aguanto un poco el calor por impedir que la lluvia quiera entrar a mi casa. Yo la dejo, tiene mi permiso, pero la casa no es mía, y hay que obedecer ciertas normas…

Hay una canción de los Beatles que dice así:

“For tomorrow may rain, so I´ll follow the sun”

Sólo propongo cambiarla un poco y decir:

“For tomorrow may the sun shine, so I´ll follow the rain”

Agosto acaba, el verano se va, el sol palidece, las nubes le hacen frente.

Vuelve el frío, vuelve mi terreno.

domingo, 21 de agosto de 2011

The Liverpool Band

Rondaba la medianoche y las calles se alzaban iluminadas y repletas de compradores, jóvenes con ganas de divertirse y acostarse tarde y ancianos que ocupaban cansados, los bancos del pequeño paseo más conocido popularmente como “La Corredera”.

Las heladerías ocupaban con sus mesas y sillas parte del paseo. Eran noches de prosperidad en el negocio y, en general, en verano siempre es así. Niños felices con sus cucuruchos o absorbiendo sus granizados en busca de un líquido que desapareció y todo lo que quedaba ya era hielo, adultos con una tarrina en copa de cristal acompañada de algún barquillo de galleta, trocitos de chocolate o una palmera con un fino tronco de madera y hecha de papel, mostraban como un mayor nivel. Muchos de los ancianos veían a sus nietos complacidos, miraban apagados el pasar de la gente o imaginaban que entre tanto joven podrían sentirse, más que nunca, mucho más viejos.

Mi familia es de allí, y claro, tenían que pararse con 6 de cada 10 personas que pasaban por el paseo a saludar. Yo, que apenas conozco a un 1% de las personas en cuestión, me limitaba a asentir, decir mi nombre y a sonreír.

Así, poco a poco llegamos al Cine Rosales, lugar donde en escasos 10 minutos The Liverpool Band haría su puesta en escena.

El Cine Rosales es el típico cine de verano que utiliza todo el pueblo para ver películas aunque permanece abierto en primavera y en otoño siempre y cuando el tiempo acompañe, en tal caso, si quieres disfrutar de una película deberás ir al Auditorio Municipal, dos calles más abajo. Además, el lugar, al tener un pequeño escenario es utilizado para hacer pequeños conciertos de la Banda de Música del pueblo, bailes regionales o pequeñas representaciones teatrales.

The Liverpool Band empezó su actuación casi una hora después de lo previsto ya que todavía a esas horas había gente que se iba incorporando al espectáculo.

Los cuatro integrantes de la Banda, 4 chicos de Alicante, vestían y tocaba como los archiconocidos Beatles y representarían a España en un certamen en Liverpool de bandas de todo el mundo que rinden tributo a este legendario grupo.

Empezaron animando un poco el ambiente con un "Twist and shout" y ya siguieron con míticas como "Help" (I need somebody)

Qisieron comprar mi amor cantando "Can buy my love" o quisieron dejarlo todo con su entrañable “Let it be”.

El verano había hecho que muchos extrangeros, (ingleses en su gran mayoría) acudieran también al evento y yo me quedé con la boca abierta cuando dos parejas que no bajarían de los 55 o 60 años bailaban un rock con una energía de jóvenes de 20 años. La mujer bailaba descalza mientras el hombre la iba acompañando por detrás de su cintura, le daba vueltas o se separaba de ella para volver a juntarse. Im-presionante.

Después pude hablar con ellos, resultaron ser unos amigos de unos primos lejanos de mis padres que vivían en la urbanización inglesa a las afueras del pueblo y con sudor en la frente y con radiante sonrisa me demostraron que por muchas arrugas que pudieran tener en la cara, su corazón seguía tan joven como siempre.

El show acabó con un “Hey Jude” que cantamos todos moviéndonos a un lado y a otro y con una satisfación personal increíble. Para mí, que nunca viví en la época de la revolución mundial que causaron los Beatles, escucharlos a ellos era lo que más podría acercarme a esos 4 de Liverpool que nos enamoraron a todos.

jueves, 18 de agosto de 2011

Mentiras, las sé, lo sabes.

Mientras tú y yo nos miramos el mundo sigue avanzando. Se nos va a la misma velocidad.

Tú eres alta, delgada, de pelo brillante castaño y muy largo y ojos melosos. Tú me describes como tu príncipe, pero porque me despertaste con tu beso.

Para ti yo soy más alto aún, pelo negro y corto y de ojos indefinibles. Medio mago medio adivino, dices que soy de carácter alegre y esquivo, tímido a veces, extrovertido. Soñador en otras muchas, previsible, caballeroso, ocupado e ingenuo, modesto y prejuicioso.

No puedo describirte, no sería objetivo, aunque probaré a decir que eres preciosa cada vez que te miro, que te salen hoyos en las mejillas cuando sonríes, muy atrevida, consciente y viva, un poco triste a veces, e incluso mentirosa, (lo haces muy bien), maniática, simpática y dulce, orgullosa, pero cariñosa.

No nos queremos, nos deseamos.

No nos miramos, nos devoramos.

No quedas conmigo en el parque, paseas despistada. No quedo contigo en el parque, iba a casa de un amigo y casualmente pasaba por allí. Mentimos. Lo sabemos. Nos escapamos.

Solos nos miramos lujuriosos.

Solos nos enamoramos rápidamente.

Caminamos rápido. Corremos. Llegamos a la colina. Tú me tiras, yo te llevo conmigo. Ambos caemos y rodamos. Nos paramos hiperventilando. Nos miramos. Nos besamos con hambre. Nos odiamos y nos mordemos, arremetemos uno contra el otro con violencia. No sabemos cómo ponernos, ninguna posición parece ser cómoda. Me muevo, me paras, te mueves, te dejo.

Te separo. Aunque me dices que eras tú quien habías parado.

Sonríes pícara. Sé que mientes. Sabes que yo también lo sé.

Me incorporo y apoyo los codos sobre las rodillas sentado.

Me sigues mirando soñadora. Te ignoro y miro al azul infinito.

Te rindes. Yo gano. Aceptas tu derrota y te sientas detrás de mí.

Me rodeas con los brazos y apoyas tu cabeza en mi espalda. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Disfruto mi victoria.

Apoyas tu barbilla en mi hombro. Susurras amores. Sólo mientes pero contesto a cada uno de ellos. Me engañas, me confundes, me drogas y te dejo.

Me doy la vuelta lentamente. Te extrañas. Sonrío y te relajas.

Me acerco a ti. Pongo mi dedo índice en tu boca. Copias mi estrategia.

Te miro. Me miras. Busco más allá de la tirra del desierto. Buscas más allá de los bosques del mar.

Cierras los ojos, te observo. Cierro los ojos, me observas.

Mientras tú y yo nos miramos el mundo sigue avanzando. Se nos va a la misma velocidad.

domingo, 7 de agosto de 2011

¿Cómo vamos?

Apenas había pasado algo más de una semana cuando ahora todos (o casi) nos volveríamos a ver. Yo estaba en mi casa descansando de el anterior viaje y ya me encontraba con otro nuevo.

Odio los viajes, quien me conoce lo sabe. Son largos, pesados, aburridos y cansados. Sí, claro, puedes ir escuchando música, sí, también, puedes ir mirando el pasaje o las nubes, por supuesto, dormirte un poco también puedes, pero yo soy más de los teletransportes, de los chasquidos de dedos, las apariciones, los transportadores interdimensionales o los “polvos flu”.

En avión lo paso un poco mal. Me mareo fácilmente (nunca miro por la ventana), me cuesta concentrarme o si no, me recuerda a tantos accidentes que he visto en las producciones de Spielberg, cuando no al accidente del vuelo 815 de Oceanic con destino a Australia, a serpientes asesinas en el avión, a aterrizajes forzosos realizados por actores- pasajeros, a las caídas con las máscaras de oxígeno, las alarmas y las luces parpadeantes… No, definitivamente, el avión no es lo que más me apasione. Aunque he de reconocer que me quedaría con dos cosas del avión. La primera el baño con su sistema de succión, me quedé pasmado cuando comprobé, personalmente, como funcionaba. La segunda, las azafatas, ni os imagináis lo divertido que me resulta ver cómo se tiene que inflar el chaleco o cómo se debe abrochar el cinturón de seguridad. Son buenas, muy buenas.

El tren es un muy buen transporte para mí. Cómodo (siempre y cuando no viaje de espaldas, en ese caso no sé si lo soportaría), tranquilo, rápido. Suman además los famosos auriculares que te ofrecen en cada trayecto y, por supuesto, los canales de naturaleza y música clásica que puedes escuchar desde tu asiento. Quizá pueda ser algo molesto el sonido de las puertas abriéndose y cerrandose constantemente, como consecuencia de los deambulantes pasajeros que tienen una urgencia, ya sea alimenticia o urinaria. El bagón restaurante es algo estrecho, pero venden cosas de “Comercio justo” y además, es todo ventanas, y en mis viajes a la capital, da gusto poder mirar tan claramente las extensas llanuras solitarias y soleadas de tierras de hidalgos y caballeros.

Me reservo de comentar el barco, porque, aunque nunca haya viajado en él, estoy seguro no, segurísimo, de que me marearía, puestos a que yo no puedo dar más de dos giros sobre mi propio eje debido a mi frágil sentido de la orientación y la realidad. No desmiento que no pueda ser precioso estar rodeado de mar por todas partes, y ver amanecer o anochecer sin más remedio por la proa, por la popa, por estribor o por babor. Si pudiera evitarlo sí, evitaría el barco.

El coche es lo más accesible a simple vista, es donde más cómodo estás. Lo haces tuyo, al menos el asiento que te corresponde. Está bien almohadillado, puedes descalzarte en él, dormir sin reparo, comer, hablar, observar…Siempre todo queda en familia.

Los viajes más largos he solido hacerlos en coche, aunque este año la estadística se ha roto un poco, bueno, hace 5 o 6 años la rompió el avión, pero exceptuémoslo.

Mi coche es un verdadero veterano de guerra, ruge como un abuelete, a veces enferma un poco, como los ancianos, pero con un poquito de cuidado se queda como nuevo. Como toda persona mayor, tiene cositas que ya no funcionan tan bien como antes, como es el caso de la radio o de los pestillos de seguridad, pero él es un valiente y nos da razones para que sigamos confiando en él. Sí, cuando compremos uno nuevo no va a ser lo mismo. Cuando vengan a recogerme, cuando lo vea aparcado o en el sótano no sé si lo podré reconocer como mío.

Como antes había dicho, últimamente me estoy “aficionando” a otro transporte. Lo comparto con desconocidos y con amigos y no reparo en su uso cuando tengo qu desplazarme por las mañanas. En efecto, hablo del autobús.

Lo necesité para todos y cada uno de mis viajes de fin de curso y de estudios, lo necesité para todos y cada uno de mis viajes con la federación de estudiantes, FEMAE, (¿recordáis?), lo necesité y lo necesito para moverme de aquí para allá y lo necesitaré para empezar con mis estudios de Historia en la Universidad. (Menudo año me espera de autobús…espero no cansarme demasiado pronto)

Exactamente fueron 11h lo que tardamos en ir a Cáceres hace unos días en uno de estos encuentros que hacemos a veces, y vamos, es un no saber cómo ponerse cómodo: se te duermen las piernas, si te duermes corres el riego de que te hagan cualquier cosa cuando no fotos con la boca abierta y babeando, no puedes levantarte para ir a hablar con uno, estar con el otro, o escuchar música de la otra, no, porque nos obligaron ir con el cinturón (Algo que vi muy bien y que, a pesar de lo que conllevaba, acepté con agrado.).

Claro, tantas horas allí sentado era algo casi psicológico, porque cuando parábamos a descansar, listos de nosotros que nos sentábamos en alguna silla, en algunas escaleras o en el suelo. Mira que después iríamos a estar otras 3 horas, al menos, sentados.

Pero el balance fue fantástico tanto en la ida como en la vuelta. De la primera me acuerdo menos, pero me gusta estar con la chica del piano, escuchar a sus compositores y pensar que algún día, muy lejano, podré superarla. La vuelta fue entretenida y rápida gracias a la agricultora neoyorquina (supongo que también os pasará, pero siempre se hacen mucho menos pesadas) casi no callamos y cuando lo hicimos fue para escuchar “Every breath you take”, seguida de otra de Matt and Kim, unas pocas de los Beatles, pasando por Keane, Coldplay y Secondhand Serenade. Era curioso estar consciente escuchando una de las canciones de estos grupos y despertar al poco tiempo escuchando otra. Pasamos todo el viaje de vuelta pegando cabezaditas, pero, cualquiera diría que pasamos 9 horas sentados en 1 metro cuadrado.