La belleza es una sensación que
despierta nuestro interés y agudiza nuestros sentidos.
Estamos en armonía con nosotros
mismos cuando dos colores se complementan a la perfección, o cuando la linea de
un edificio se curva en un giro de 140º para describir un óvalo sensacional, o
cuando vemos el naranja otoñal, el blanco invernal, o el verde primaveral
reflejados en parajes y paisajes arbolados.
Bello es aquello que nos
deslumbra por las características que tiene. Y no debemos diferenciar la
belleza entre hombres y mujeres, pues ¿por qué no puede un hombre ver bello a
otro hombre, o una mujer a otra mujer, sin ser juzgado como tal?.
Lo hermoso, hermoso es, y los seres humanos sabemos distinguirlo y apreciarlo,
aunque nuestros prejuicios impiden reconocerlo.
Nosotros somos más exquisitos, y
los prejuicios nos abordan en cada esquina. El valor de la estética siempre ha
ido acompañando a la humanidad desde sus tiempos más remotos, ya sea para
mostrar lo que no se es, presumiendo de un estatus que quizá ni te merecieras o
simplemente para despertar las envidias de las gentes.
La belleza se transfigura. Quien
tiene dinero puede hacerse más hermoso, ¿cómo?, mayores cuidados de la piel,
perfumes idílicos, vestidos de seda oriental o trajes de político, relojes
brillantes, peinados extravagantes y maquillajes irreales que encubren personas
mucho más sencillas y normales de lo que aparentan. ¿Es esta la belleza que
valoramos?.
Se preferiría ser hermoso antes
que ser bueno, pero, por otra parte, nadie está más dispuesto a admitir que es mejor ser bueno que feo.