Pasas a otra dimensión, aprietas
los ojos y los dientes, notas cómo la cabeza se acelera, cómo los pensamientos
recorren tus pupilas, esos recuerdos, esas frases que te marcaron la vida. Son
sentencias que te sentencian, quemaduras que se tatúan en tu nuca y despiertan
tu ferocidad. Los ojos languidecen, los músculos se tensan, las uñas se clavan
en la palma de tu mano, se entrecorta la respiración y frunces el ceño. Enseñas
los dientes, eres una especie de ser salvaje. Quieres gemir, quieres gritar,
pero no decir ni una palabra, sólo un aullido que te libere, que permita soltar
las lágrimas que te quedan. Un grito que se oiga a miles de kilómetros y que te
transforme de nuevo en esa persona segura de sí misma, que cree en los
imposibles. Golpeas el suelo con la insistencia de un loco, sin dudar en que
ahora lo eres en cierto modo. La furia de ese animal se calma, la respiración
se relaja. Caes al suelo rendido, cae la bestia que vuelve a dominar tu mente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ecos del pasado