lunes, 16 de marzo de 2015

A dentelladas

Así es como se llenó la cabeza de sueños profundos y sensaciones, de cometas voladas sin cuerda , viajes espaciales y futuribles. Todo lo que había imaginado quería tenerlo y lo acariciaba con la punta de los dedos, pero siempre volaba ese perfume lejos de su alcance y él debía aceptarlo porque nunca firmaba contratos, ni era propietario de esas ilusiones.

Ese querer y no poder, o esa insistencia enfermiza por  buscar los retos más difíciles lo convirtieron en un experto pedagogo. Bueno en la retórica y en la expresión, comprensivo y empático, pero a su vez cautivo de sus experiencias. Incapaz de aceptar con naturalidad el abandono o la derrota para reconducirla a un nuevo compartimento marchito del corazón.

Y es que vivía a base de fugacidades, como si fuera a explotarle en la mano esa válvula de la vida que no le dejaba descansar con su imperioso latido. Era un termómetro de las emociones, capaz de hacerle sudar para recordar o enfriar para olvidar una respuesta de esa boca consentida.

Vaya sabio. Vaya maestro del fracaso. Sabía desentrañar con excelencia lo ajeno, pero acababa desesperado con su propia vida. Sentía en su piel esa debilidad de aquel que protege  una fiera que no lo necesita, y por ello pensaba que los bozales no eran necesarios pese a acabar con el alma desgajada a dentelladas.

Mantiene las heridas, aunque poco a poco cicatricen, pero la mirada oscura de esa bestia sigue persiguiéndole en sus pesadillas. Y sus sentencias desaforadas caen resbalando por sus mejillas y su pecho como una bomba de relojería, a punto de estallar en el momento en que cierre los ojos y acepte que ella renunció a lo que él más añoraba.