lunes, 31 de diciembre de 2012

Humo negro

En ocasiones me siento desbordado.

Es un sentimiento impotente que me enerva y que me baja la moral.
Reconozco que no he sido el más atento, tampoco el más dedicado o el más detallista, aunque sí es verdad que difícilmente podría hacerlo con todas aquellas personas con las que he podido compartir buenos momentos en mi vida, pues en tal caso, directamente pasaría a dedicarme a los demás antes que a mí como fin único. Puede que haya personas y seguro que las hay, que se sienten fuertemente realizadas complaciendo a los demás, desde luego no discutiré esa ley de vida.

Intento ser todo lo respetuoso posible con aquellas personas que hacen lo que moral o éticamente no es correcto, intento abrir mi mente lo máximo posible para no juzgar o limitarme a  mi mismo y de igual forma respeto las decisiones y las formas que tienen las personas de actuar. No somos iguales. Casualmente es esto lo que nos hace únicos.

No me gusta perder la credibilidad que yo ofrezco ni que tampoco se me malinterprete por el desconocimiento. Nadie, absolutamente nadie puede tener una vida paralela con otra persona. Somos seres variables y actuamos conforme nos encontramos. No siempre necesitamos lo mismo en un mismo momento y debe perdonarse cuando la solución devenga en permanecer sólo ante el mundo y tus proposiciones, o cuando la solución pase por un viaje inesperado o una sobresociabilidad. Nuestras expectativas cambian, al igual que nuestra prioridades y yo no puedo privarme de mirar al futuro en todas estas cuestiones.

Intento forjar mi vida al mismo tiempo que intento no influir negativamente en la vida de los demás, si no todo lo contrario, aportar algo que no puedan encontrar en su día a día. Lamentablemente, no soy una persona bipolar y conscientemente, soy lo que soy.
La belleza humana, al fin y al cabo, pasa por aceptar a cada cual tal y como es, independientemente de sus defectos o sus virtudes. Hablamos, en todo caso, de aceptación.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Aficiones

Soy aficionado a tu pelo cuando está liso, rizado u ondulado; a tus vestidos: el verde, el negro, el grisáceo (mi preferido), el de flores, o el nuevo que te compraste; a tus zapatos: los de bailarina, los que tienes con pompones o los coloridos.

Soy aficionado a tus sonrisas: La de recién levantada, la comprensiva, la mágica, o las nocturnas;  a tus gustos: los zorros, las ardillas, Romeo y Julieta o las fotos de paisajes increíbles; a tu piel en todas las partes de tu cuerpo, a tus labios en cualquier lugar que estemos, a tus manos de pianista, aventureras y sensibles.

Tengo aficiones caras.
Tengo las mejores.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Con luz propia

Hay fechas que, en ciertos momentos, se nos antojan mucho más importantes que otras. 
Somos referentes del pasado en cuanto echamos la vista atrás y recordamos aquello que ha perdurado en nosotros, por extraño, por curioso, por feo o por romántico.

Claro está que diciembre no está dejando de ser controvertido y a su vez particular y característico. Se ha hablado de un fin del mundo, de calores y fríos. Vientos huracanados y fechas repetitivas que nunca más, hasta pasados 1000 años, volveremos a ver.

Hoy, en cambio, es trece de diciembre de dos mil doce. O lo que viene a ser lo mismo, 13-12-12.

Resulta curioso cómo fracciono mi vida en torno a ti. Pienso en lo lento que pasa el tiempo a veces, y lo rápido que pasan las semanas cuando las palabras vuelan. Esta noche más bien, desearía  trece miradas tímidas y profundas, de esas que acostumbrabas a regalarme y yo me acostumbré a recibir; o quizá doce abrazos secretos, a las dos, a las tres o hasta las cinco de la mañana. No importa. Tentadores son, como doce besos interminables. Uno por cada mes que quiero pasar a tu lado.

Al fin y al cabo, los recuerdos revocan con avidez momentos que dejarías pervivir en tu interior vidas y vidas enteras. Hablo de aquellos que suelen ser difusos, porque son en los que de verdad vives el presente y te olvidas de tu corporeidad dejando escapar emociones que laten con fuerza. Como si brillaran como tus ojos, con luz propia.