Pues claro que me desconcierta.
Me desconierta siempre, y no sé por qué.
Es normal. Es una chica normal, con su pelo, sus ojos, sus dos piernas y sus dos brazos.
Sencilla, como tantas otras y amable, como otras muchas.
No puedo aguantarlo.
Me desconierta siempre, y no sé por qué.
Es normal. Es una chica normal, con su pelo, sus ojos, sus dos piernas y sus dos brazos.
Sencilla, como tantas otras y amable, como otras muchas.
No puedo aguantarlo.
A veces la miro furioso y
después espero algo de serenidad y compasión que venga de alguna parte de
dentro de mi cuerpo. Pero nada, acabo encontrándome yo, con mi yo más confuso y
haciéndonos compañía a ambos, mi yo más idiota.
¿Qué tiene?
Nada, si la cosa es que no tiene absolutamente nada.
Qué mentiroso eres.
¿Qué tiene?
Nada, si la cosa es que no tiene absolutamente nada.
Qué mentiroso eres.
Mi yo que miente sabe hacer bien
su trabajo, pero mi yo razonable sabe cuál es la auténtica verdad.
¿Qué pasa si no te miro cuando me cruce contigo?
¿Qué pasa si decido evitarte
como tantas veces he hecho?
¿Por qué? Por el miedo a hablarte, a saludarte, a tener una conversación corriente contigo. Una conversación de amigos. Entre amigos. Donde contarnos cómo nos va yendo la vida, dónde hemos estado este último fin de semana y el trabajo que tenemos que entregar para el próximo viernes. ¿Ves? ¿Fácil? Pues no, nada de eso.
¿Por qué? Por el miedo a hablarte, a saludarte, a tener una conversación corriente contigo. Una conversación de amigos. Entre amigos. Donde contarnos cómo nos va yendo la vida, dónde hemos estado este último fin de semana y el trabajo que tenemos que entregar para el próximo viernes. ¿Ves? ¿Fácil? Pues no, nada de eso.
Te seguiré. Te seguiré de cerca
y te observaré. Conozco tus gestos, tus movimientos.
Cómo te recoges el pelo cuando lees, cómo pasas frío cuando el viento te azota, cómo utilizas siempre la pierna izquierda para cruzar un paso de peatones.
No puedes escapar. Tampoco yo te dejaré.
Pero cuando esté ante ti, sabré, que otra vez me he vuelto a equivocar y balbucearé preguntas azarosas e improvisadas hasta librarme de tus garras que me oprimen.
Cómo te recoges el pelo cuando lees, cómo pasas frío cuando el viento te azota, cómo utilizas siempre la pierna izquierda para cruzar un paso de peatones.
No puedes escapar. Tampoco yo te dejaré.
Pero cuando esté ante ti, sabré, que otra vez me he vuelto a equivocar y balbucearé preguntas azarosas e improvisadas hasta librarme de tus garras que me oprimen.