lunes, 30 de abril de 2012

Bruma


Una mirada a un horizonte verdoso y arbolado.
Las montañas se alzaban oscuras a un lado,
Un río que transcurría lento de vida andaba abarrotado.

La humedad enfriaba mis sentidos, respiraba profundamente y notaba cómo las gotas de lluvia condensadas entraban en mi cuerpo. Las vistas desde aquí eran maravillosas.
Las nubes estaban bajas. Tapaban la lejanía, ocultaban las montañas como si del mismísimo Everest se tratara. Se movían despacio, no muy nítidas, y daban esa sensación de bruma o de efectos especiales en un teatro cuando se intenta causar temor en un cementerio tenebroso. Eran como volcanes caldeantes, pero el frío, y no el fuego, era el elemento reinante.

Me asomé al pico más alto. La espesura atmosférica cubría el suelo.
Yo temía caer a aquel blanco vacío, o pensaba rebotar y amortiguar mi caída, quizá algún ángel me sostuviera, o en algún pájaro cayera pero ganas me dieron de cerrar los ojos y descender hasta donde Dios me lo permitiera.




jueves, 26 de abril de 2012

Miradas indiscretas


-¡Claro que me resulta abusivo! ¿A ti no?
-Pues no.
-No lo entiendo, ¿no dijiste que el disimulo es una ciencia que pronto desaparecería?
-Sí, pero estamos hablando de mirar a una persona cuando pasa a tu lado, no de hacer señas estúpidas al espectador mientras un periodista informa del tiempo atmosférico con rachas de hasta 80 km/h.
-¿Y qué es lo que propones entonces?
-¿Yo? ¡Si eres tú la que se ha ofendido!
-¡Pero si se paró en medio de la calle y abrió los ojos y no pestañeó hasta que le escocieron las retinas!
-Venga, no seas exagerada, si sólo le miró de refilón.
-Claro, por eso sabía el color de la ropa interior que llevaba.
-¿Ves? Sólo te fijas en detalles banales e insignificantes.
-Le faltó babear, ponerse una correa imaginaria y empezar a ladrar y a restregarse en su pierna.
-Hubiera sido muy gracioso, la verdad. Lo estoy viendo ahora mismo a la perfección.
-No seas tan irónico, anda.
-Y tú no seas tan supérflua, que no es para tanto.
-Le miró todo el culo.
-Sí, ¿pero de qué le sirvió? Las cosas esenciales no se pueden ver.
-Tú y tus tópicos estelares.
-¿Sabes qué?
-Dispara.
-La verdad es que el color crema del tanga que llevaba era realmente bonito.
-¿Qué? ¡Tú también!.
-Yo sí que no miré de refilón.
-Capullo insolente.
-¿Y lo sexi que te pones cuando te indignas?
-Tu aire de autosuficiencia es incluso más fuerte que tu ego, chaval.
-Ya, por eso no puedes dejar de mirarme.
-Ni tú tampoco a mí.
-¿Ahora sonríes con malicia? Qué malo es conocerse.
-Ay querido, si sólo fuera eso.



martes, 17 de abril de 2012

Requiem


Esa sensación.

Una vez más me tortura con sus garras heladas hasta hacerme enmudecer.
Sientes frío, un frío incómodo, un frío desolador que te deja en nada, que te atormenta, porque tu cabeza, coherencia no encuentra, no encuentra sentido a las palabras, busca salidas o explicaciones, busca, simplemente, expresiones, pero todas ellas se acallan en los labios y en los ojos.

La sal baña tus mejillas y tus pómulos permanecen cerrados. Tu cuerpo se desgana, se abandona poco a poco, te azota con graves temblores y el frío que antes sentías se derrite en tu espalda en un calor volcánico.

Te sientes pequeño, cansado…

En el mejor de los casos, ni siquiera te sientes.

viernes, 13 de abril de 2012

Resistencia


Las llanuras oscuras de mi fiel solemnidad, se retuercen y me abandonan. Me dejan en un estado moribundo y debilitado. Derrotado. 

Mi resistencia, se agota, o empieza, pero es algo que no sé si ahora mismo es algo que pueda saber.
La noche sabe a salado y entre un mar y la música, mis ojos enrojecen.
Las preguntas me abarrotan, me abordan y no sé cómo defenderme. En combate perdí mi espada, o por petición, la regalé, pero sin ella, libre e inofensivo me vuelvo.

No son bosques lo que en la lejanía diviso, no son montes, ni pantanos. Me acerco a los páramos. Ellos me comprenderán, ellos me tragarán y me olvidarán, y pasaré ante mi desgracia indemne, pues satisfecho quedaré de mi penitencia.
Olvidaré el mapa y las provisiones a bordo, a fin de aguantar y aquí permanecer.

A la espera quedaré, de saber si bien podré mantenerme, pero caer en la desventura, hará que fuertemente quede espacio para juzgarme, y allí seré yo el inclemente.


lunes, 9 de abril de 2012

Como quieras


Me levantaba dolorido, aún golpeado por las lágrimas que me colgaban de las mejillas. Devastado, alcé la mirada. Una mirada de angustia y seguridad. Una mirada vieja y débil, pero ante todo, una mirada segura. Apretaba las manos. La boca rehuyó mis palabras en un par de ocasiones. Me costaba coger aire, la atmósfera era densa y pesada. Tome aliento, mientras observaba el asombro en sus ojos profundos.
Apreté los puños. Noté cómo mis uñas se clavaban en la carne y cómo la desgarraban.

-Puedes llamarme caprichoso. Caprichoso por haber querido mantener mi promesa de poseerte durante tantos años, pese a que me diste razones suficientes para dejar de seguir tus pasos. Ingenuo por no pensar en la maldad que tú y tantas otras me dísteis a cambio de sonrisas de complicidad y noches de placer mal pagado. Imbécil por querer arreglar mis problemas en tugurios, con mala bebida llena de arrepentimientos, sudores fríos de insomnio y camisas sin planchar. Iluso por ver a través de tus ojos la autenticidad de nuestros besos, la belleza en nuestros ojos, la verdad de nuestras palabras, todas falsas. Exigente por obligarme, cada uno de los días en que mi mala consciencia se apoderó de mi, a seguir convenciéndome de lo buena que, en todos los tiempos pasados, presentes y futuros, serías para mí. Olvidé el subjuntivo. Insistente por nunca querer creer que nuestras vidas se cruzaron sin hacer ruído, que entre ellas explosionaron átomos y partículas en millones de minúsculos fragmentos. Mentiroso por decir que mi paciencia sería infinita por ti, y que mis lágrimas no bañaran mis mejillas si no es por tu escandalosa figura. Puedes… puedes humillarme, puedes pisotearme, puedes insultarme, pegarme, rebajarme. Pero lo que nunca consentiré que me digas será “cobarde”. Porque un cobarde desistiría y abandonaría. Huiría y engañaría. Tendría miedo, temor, traicionaría y mentiría. Un cobarde recorrería países, cambiaría su aspecto y sus formas, empezaría a fumar o lo dejaría, en un afán de querer esconder los indicios de su cobardía. Un cobarde no es capaz de mantener una mirada, no es capaz de alzar la voz estando en desventaja, ni tampoco de evitar que otros se aprovechen de su ingenuidad. Un cobarde observaría las circunstancias, pero nunca participaría en ellas. Las memorizaría y durante décadas las olvidaría. A fin de borrar su oscuro y avergonzante pasado.

Si me quitas la valentía, me quitas la vida. Y si me quitas la vida, nunca podré enfrentarme a ella. Me estancaría y lentamente provocarías mi agonía hasta morir.
El sufrimiento es humano. Desearlo, no lo es.
Si aún con todo esto te consintiera dar un paso más al frente, me dispararía a mí mismo, pero creo que no estoy en condiciones de negociar. Por eso, hoy, acabaremos antes que de costumbre. Antes de lo que nunca hubiera imaginado.

Cuando regresé a aquella fábrica silencié mi pasos.
Aún me pareció escuchar el eco de esos dos disparos. El olor a pólvora, impregnado en esos dos muertos.



martes, 3 de abril de 2012

Ballare


Aprieta los ojos lo más fuerte posible. No quiere aún ver nada.
Imagina las veces que ha hecho lo que está a punto de hacer, recuerda las horas de práctica, los esguinces, las lágrimas de dolor.

Se siente preparada.
Alarga los brazos. Los mueve con delicadeza. Pliega sus rodillas. Estira su pierna izquierda y relaja las manos.

Toca su frente con el dedo índice y lo hace recorrer todo su rostro. Se entretiene en los labios de sabor carmín. Sigue acariciando su cuello blanco, su pecho escondido, hasta terminar en su vientre.

Un grito exterior acelera su corazón. Cada vez conoce mejor cómo acaba la pieza que está sonando.

La respiración la controla, pese a todo ello, a la perfección. La practicó durante meses.
La utiliza con cuidado. El oxígeno es lo que le permite moverse, saltar y emocionar.

Respira una última vez, como si fuera a ser todo el oxígeno que necesitara para salvarse del naufragio de un galeón, como si fuera a ser  la última vez que el oxígeno se mezcla con aquel perfume de fantasía, como si fuera la única vez que respirara.

El silencio deja entreveer su extraña calma.
Hay aplausos que lo interrumpen.

Ella anda bien erguida, imponiendo la belleza de su andar.
Sigue aún con los ojos cerrados. Sabe cuántos pasos ha de dar hasta colocarse en posición.

Suena la música. Huele a maquillaje.
Los ojos se le abren. El teatro está rebosante.

Su cuerpo se mueve lentamente. Sus pies le obedecen.
Empieza la función.