domingo, 29 de septiembre de 2013

Tumbas de luciérnagas

Nuestra vida ha estado siempre llena de interrogantes. Nunca hemos tenido nada claro, salvo que éramos inseparables.

Desde jóvenes estuvimos ligados en nuestro destino. Tú te fijaste en mí y yo ni siquiera podía verte y ahora, incluso cuando cierro los ojos, soy incapaz de dejarte marchar.

Nuestra primera casa se situó en las montañas. Ambos adoramos el frío, quizá yo tenga una mayor debilidad por la lluvia, pero tú la tenías por las velas perfumadas y las cabañas de madera.

Así pues, entre árboles y humedad aprendimos a enamorarnos. Respirábamos vainilla, incienso y canela e incluso escuchamos acordes de guitarra mientras mirábamos cómo el tiempo y las gotas pasaban por la ventana

Vivíamos sin preocupaciones, sin obligaciones, solos tú y yo.
Nos rendíamos a nuestros instintos una y otra vez y las velas se apagaban con nosotros, al amanecer.

Dormíamos acalorados, no queríamos separarnos el uno del otro y despertábamos con hambre de besos y galletas de chocolate. Paseábamos descalzos sobre el parquet y desprovistos de rencor y odio.

Nos queríamos, nos amábamos. Nos fundíamos en noches interminables rodeados de tumbas. Tumbas de luciérnagas.



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