Ninguna
criatura, salvo otra como tú, podría tolerar tu presencia. Te observo
ensimismado, memorizo cada parte de tu cuerpo perfecto. Cómo me gustaría poder
tocarlo, poder sentirlo, hacerlo mío.
Te rodea un aura que me encanta, me deja a tu merced y decisión. Casi no puedo dejar de pensar cómo has llegado a ser como eres. Tan perfecta a mis corrompidos ojos. Eres una especie de perdición.
Tus súplicas las escucho como órdenes irrompibles. Me siento un ser quebradizo y vulnerable ante ti, como si fuera un vulgar mensajero de cartas sin sello.
Pero cuando me miras con ojos de fuego, enciendes mi alma y mis sentidos. Me fortaleces, me alzas, me llevas al cielo, contigo, donde se encuentran los ángeles y nos enredamos entre miradas persuasivas.
Tengo incrustado el color de tus ojos en mi mente, tus labios mojados, tus pómulos calientes. Tengo guardados los mejores momentos de mi vida en recuerdos con olor a flores y perfume.
Tengo la suerte de tenerte.
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Ecos del pasado