sábado, 9 de junio de 2012

Perdidos


Viajamos con lo justo, y nunca permaneciendo más de una semana en el mismo lugar.

Desde el principio quisimos ver mundo, traspasar nuestros horizontes y limitar nuestro aguante. Nuestra historia era una prueba de fuego.

Hacía meses que perdimos la ilusión y la esperanza por nuestro viaje. Cada paso que dábamos quedaba ensombrecido por nuestro mudo silencio y nuestras miradas serenas.
El tiempo nos había demacrado, destrozado hasta el punto de olvidar quienes éramos, qué buscábamos.

Los paisajes, páramos olvidados, derritieron nuestras ideas, la inagotable paciencia. Envejecimos a la interperie y nos hicimos inmunes a los calores, lluvias y humedades. Resistíamos como héroes.

Nuestra relación era distante. Podíamos pasar días enteros sin hablar, sólo intercambiando miradas disimuladas que no decían nada. Sólo obsevaban.

Nos necesitábamos. Dependíamos de la sombra del otro para sobrevivir.
Cuando ha tenido hambre, le he dejado comer de mi plato, y cuando yo gemía y temblaba por las noches, ella me apaciguaba con su suave voz y un beso en la mejilla.
Aunque no había ni amor, ni siquiera afecto en aquellos besos. Sólo deseo de que callara.

Las pocas sonrisas que nos intercambiamos fueron ciertamente forzadas. Poco después,volvíamos la vista al firmamento, sin querer saber del otro hasta que volviéramos a necesitarnos.

Volamos sin alas, y recorrimos, castigados, las marcas del pasado.

El 27 de octubre de 1976 me desplomé inerte sobre la arena de un inhóspito desierto. Se giró impasible, pensando lo miserable que era. Me empujó con el pie duna abajo, abandonándome en medio de ninguna parte. Ni siquiera lloró esa noche. Tampoco yo lo hubiera hecho.

Sabía que no le quedaba mucho más tiempo. Tan sólo tuvo que esperar dos días. Murió en silencio, dejándose caer en el abismo de sus sueños.




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Ecos del pasado