viernes, 12 de noviembre de 2010

Fall in the mountain (II)

En cuanto Jim se fue me tiré de nuevo en la cama. Estuve como 1o minutos mirando el techo embobada pensando en cualquier cosa. Últimamente veía mi vida demasiado simple, quizá llegaba hasta a aburrirme, pero abandoné esa idea rápidamente. Me levanté con energía y me dispuse a desayunar. El zumo de naranja natural me encanta.

-Zip, ¿y las naranjas?

Silencio.

-¿Zip? ¡Siempre durmiendo ojala fuese como tú! Le reproché a mi gato.

Sí, así se llama mi gato, ¿algún problema?. Zip es un bosque de noruega precioso y con mucho pelo. Me gustan mucho las rayas de un color gris más claro que tiene en la cola y las manchitas blancas que tiene en la parte más baja de sus patas Ahora sí, es lo más gandul que te puedes encontrar en este mundo. Cuando no duerme juega con los ovillos de lana de mamá. Cuando no juega con ellos, duerme. Se salva porque es muy cariñoso y en las frías noches de invierno duerme cerca de mí y me calienta. Lo malo es que sólo le quedan ya 4 vidas: Gastó una cuando se lastimó la pata y las otras dos las gastó en una pelea con un perro. Siempre le digo que lleve cuidado y el siempre abre un ojo y lo cierra después dormido, pasando de mí.

Encontré las naranjas, al final estaban en la despensa. No había nada mejor que tomarse un zumo de naranja por la mañana y más estando lo bueno que estaba y haciendo el día tan espléndido que hacía. Tenía que aprovecharlo. Enjuagué el vaso de zumo y subí de dos en dos los escalones de los 18 que tenía la escalera. Casi me caigo en el último por cierto. Me vestí de forma sencilla, nada muy complicada, sólo cogí dos cosas menos normales: las llaves del establo y las espuelas.

-Shhh ya estoy aquí, tranquilo. Sólo vamos a dar un paseo.

Monté a mi caballo y salimos despacio del establo.
La mañana era fría, el sol brillaba tenuemente cuando las nubes permitían que se viese, las hojas marrones, cubrían la mayoría del suelo del claro y la hierba se movía al son del viento. Galopé, Galopé más rápido, y más rápido y más rápido. Quería comprobar lo que podía correr y él quería saber también cuál era su límite. Grité y me sentí libre. A veces es lo mejor que puedes hacer aislarte de tu opresión.

Con la carrera casi llegamos al pueblo. Quise descansar en un pequeño claro atando a mi caballo a una pequeña, vieja y desgastada verja de madera. Él pastaba tranquilamente. Yo me asomé a la colina para ver el paisaje.

-Es precioso poder contemplar todo esto desde aquí arriba, ¿verdad?

Silencio.

-Ya verás como dentro de poco nos dejarán ir allí. Le dije a mi caballo mientras señalaba hacia el lago.
Soñaba con el lago. Me gustaba muchísimo verlo y observarlo. Desde ahí arriba casi cegaba. El sol se reflejaba en su agua e impedía que pudieras mirarlo fijamente. Papá dice que aún soy demasiado pequeña para irme hasta allá yo sola. Y yo pienso “Como si el caballo no fuese nadie”…La casa del lago siempre tenía una hilo de humo que salía de una chimenea no muy grande. La madera con la que estaba hecha estaba ya envejecida por los años. Pero su estructura daba rigidez y el tejado de paja serviría para tener buena temperatura tanto en invierno como en verano.

Se hacia tarde. El sol casi estaba en su zenit. Tenía que volver.

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Ecos del pasado