lunes, 6 de diciembre de 2010

Pureza

¿Quién no ha buscado purificarse alguna vez en su vida? Quien no lo ha hecho, dudo que haya existido. El separar nuestras pasiones de nuestras obligaciones, nuestros deseos de nuestros pensamientos. El separar el cuerpo del alma.
La pureza viene a ser aquello carente de imperfecciones, la ausencia de todo aquello que debilita la naturaleza de nuestro ser. Empero existen hombres puramente malvados o existen hombres con una pureza en su corazón incomparable con cualquier otra virtud.

La paz espiritual que buscan encontrar religiones de todo el mundo se basan en ella para encontrar el equilibrio entre lo que está bien (lo bueno) y lo que está mal (lo malo). El blancor del alma es el signo de haber conseguido este equilibrio y son precisamente los pensamientos impuros los que te alejan de esta meta. Así, el aire fresco que congela, la montaña que hiela, la nieve blanca e imperecedera, el oxígeno, la planta con gotas de rocío de la mañana, el río, de donde emana la vida, el mar, que comparte las lágrimas de todos los arrepentidos, el viento que mueve perfumes y olores y los reparte por nuestro pelo y el huracán que destroza, la rama que brota, o el fruto que crece, la tormenta que amenaza o el rayo que esclarece, el trueno que suena o la lluvia que cae, son los elementos naturales que equilibran nuestro entorno y controlan lo que debería pasar.

Es pues que la pureza, en la naturaleza, es aquello que ocurre sin más, sin una estipulación previa, ocurrirá, ocurre y ocurrió, aquello que el verlo canaliza por cada una de tus arterias el oxígeno que debe ser bombeado por tu corazón y devuelto a él por cada una de las cientos de venas que tenemos en nuestro cuerpo. Aquello que te hace respirar hondo y crecer como persona. Aquello que te hace mirarte con desprecio e insignificancia y comprobar la fuerza de la naturaleza. Lo inmenso.

El puro, quien ha podido mantener libre su alma de cualquier sentimiento de rencor, odio o egotismo, podrá concentrar su fuerza interior en su mente y en su corazón. Manejará con suma facilidad su propio control corporal hasta gastar la mínima energía necesaria para cada movimiento, nada podrá hacerse en desperdicio, llegando así al estado de “levitatio tradere” donde la fusión de alma y mente conforman un ser de pureza impoluta.



Encuéntrate a ti mismo antes de encontrarle sentido a este mundo, pues ya os aseguro yo que no tiene, con lo que ya sabes por donde empezar para llegar a ser persona.

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Ecos del pasado