domingo, 24 de abril de 2011

Aho-rayos-ólo diré esto

Hoy, mejor dicho, esta noche, me he calado de pies a cabeza, no será que no me lo dijo, pero yo, como de costumbre, el caso justo y medido, claro, no fue de extrañar que cayera lo que calló en tan poco tiempo y yo sin paraguas ni cobijo.

Suerte que la puerta estaba abierta, al menos la de la entrada al porche, no fue igual que la de la entrada a la casa, cerrada, como de costumbre. Para no manchar el precioso suelo de mármol que mi madre intentaba preservar con esmero para que pareciera recién adquirido de la tienda, me deshice de mi calzado para llevarlo en la mano hasta la galería. Allí saludé a mi pez, que me contestó con dos simples burbujas. Podréis decir cualquier cosa de mi pez, que es feo, que tiene manchas, que tiene una aleta rota o que pone cara de pasmado el 98% del tiempo, pero nunca me podréis negar que sus burbujas son las más perfectas y bonitas. Me asomé a la pequeña ventana y exclamé algo parecido a un “Huau…” porque la lluvia caía como si estuviéramos en la Isla de los Famosos y estuviéramos en medio de una tormenta tropical de esas que sólo existen en las Galápagos, en las Malvinas y un par de islas más en el mundo. Estaba cansado sí, la carrera desde su casa a la mía había sido notable, notoria, importante, cualquier adjetivo de esos me vale, y sentía calor, pronto empezaría a sudar. Me quité la camiseta y aún con el pelo mojado de la lluvia entré a la bañera. Me planteé ser valiente y enchufar el agua fría y ducharme con ella (Curioso concepto de valentía), pero al final, como cobarde que soy, me decanté con el agua caliente (Curioso concepto de cobardía). Jabón ahí, ahí y un poco más por aquí y listo.

Volvía a asomarme. No había amainado. Fui a merendar algo con la esperanza de que no se fuera la luz otra vez. Por dos razones: Una, porque hace tres años se fue la luz mientras bajaba las escaleras y tal fue mi susto que no sólo caí, si no que también calló el bizcocho recién hecho que tiempo antes había preparado con entusiasmo; y dos porque la leche no se me calentaría nunca si ni el microondas o la vitrocerámica no funcionan.

La leche acabó ni por haber y me tuve que conformar con un amargo zumo y dos galletas rancias que pensé que estaban menos tiempo en el armario de lo que en realidad habían estado. Sin duda alguna estaba siendo un día grande, [nótese mi tono irónico] y estaba deseando poder hacer algo de provecho aquella tarde, como por ejemplo dormir la siesta hasta que la cama me echara a patadas de la habitación. Unas velas de incienso y naranja para dar buen ambiente al dormir y a la habitación, olores irresistibles y comunes, sueño reparador, despertaré mañana, si esa es mi decisión.


4 comentarios:

  1. Me gusta leerte, creo que sin la música a lo mejor no me gustaría tanto, probaré a leerte sin sonido y me seguirá gustando igual.

    Un saludo.
    ;)

    ResponderEliminar
  2. Si hubieras tomado el paraguas.. ;)

    ResponderEliminar
  3. ¡¡Que llueva, que llueva!! :)
    Me ha encantado la descripción de tu pez. Sobre todo lo de la cara de pasmado... jajaja

    ResponderEliminar
  4. ¿cómo se llama tu pez? Me gustaría conocerlo. María quiere uno para su cumpleaños, pero no sé si aguantará estar sólo los fines de semana. Un abrazo. Juansa

    ResponderEliminar

Ecos del pasado