viernes, 28 de mayo de 2010

Viajeros al tren

Me desperté demasiado pronto, supongo que fue porque no podría dormir, aún así estaba amaneciendo, me lavé la cara, encendí una rama de incienso en la habitación y le di un beso a Caroline. Anduve hacia la cocina y masqué una hoja de menta, me aclaraba la garganta y me daba un sabor especial a la garganta, después chupé una cucharada llena de miel y la metí en el tarro para molestar a Caroline. Reí.

Hacía un calor horrible, iba en calzoncillos pero quise vestirme decentemente así que fui a por una camisa, cogí la verde y blanca a cuadros, la que más me gustaba y cogí el libro que leía cuando la vida me dejaba un poco de tiempo para mí, “Hojas de Otoño” se llamaba. Lo compré en una tienda de libros, he de decir que me encantó su portada y decidí llevármelo. Resulta que me gusta mucho, es un libro que creo que debería leer todo el mundo, pues da que pensar.
Salí a la terraza, Caroline y yo vivíamos en una pequeña casa, desde la terraza podías ver todos los árboles del parque, incluso aquellos de las hojas rojas que eran nuestros favoritos, sin embargo las personas no nos podían ver, era una ventaja.
Esa mañana corría una ligera brisa de verano, el aire venía fresco pero en la casa hacía un calor insoportable. Amanecía por el lado opuesto, eso me dio rabia pero después pensé en todos los atardeceres que habíamos visto juntos y se me olvidó un poco.
Cogí una hamaca de madera que compramos en una tienda de antigüedades en Francia y abrí el libro, me impresioné, hacía mucho tiempo que no leía, sobre un mes diría pero no me acordaba que me quedase tan poco para terminar. Me quedé por el capítulo XII “Desesperación”, me puse las gafas y empecé a leer en voz alta.

[La calle seguía desierta y la noche contagiaba el ambiente, yo iba por los callejones más húmedos de Nueva York buscando los ejemplos más claros de falta de humanidad, llovía y había perdido mi paraguas en Forest Hill…]

-Pareces un empollón con esas gafas, me dijo Caroline mientras me abrazaba y me daba un beso.
-Con tu asqueroso cariño no se puede leer querida.
-Qué simpático eres a veces, sonrió, prométeme que no desaparecerás en estos 10 minutos que no estaré.
-Voy ahora mismo a tirarme por el balcón.

Me dio otro beso y se fue hacia la cocina. Mientas andaba le miré el culo, hay que reconocer que lo tenía bastante bien.
Se me quitaron las ganas de leer con lo que guardé el libro y me dirigí a la cocina. Caroline se había recogido el pelo y me dí cuenta que llevaba una de mis camisas, la azul, la que le gustaba a ella y estaba en bragas. Me hizo mucha gracia.

-Hay que ver lo sexy que estás con esa ropa.
-No me mires que no me quieres.
-Tienes razón, no sabes todo lo que te odio. Le dije abrazándola por detrás.
-Dame un beso. Me desafió
-¿Tengo hambre sabes?
-Te libras por tus ojos, si no hoy te quedabas sin desayunar.

Le sonreí
-Y date prisa con las tostadas que no te va a dar tiempo que aún tienes que hacer la maleta. Voy a ducharme.
-Lleva cuidado, le dije guiñándole un ojo
-Imbécil Dijo riéndose, sabía porqué lo decía.

Desayuné tranquilamente las canciones de la radio eran un asco y no estaba por la labor de ver la televisión con lo que al terminar de desayunar fui a la habitación a terminar de vestirme y arreglarme un poco.
Caroline ya había terminado y se sacudía el pelo con las manos mientras se lo peinaba, era castaño y liso tal y como me gustaba.
-Ponte ya unos pantalones por Dios
-No mires
-No sé como he podido enamorarme de un imbécil como tú
Puse los ojos en blanco y metí un empujón para apartarla de la puerta
-Debilucha
-Abusón
Lo nuestro si era amor…me duché con agua fría a costa del calor, me sequé y me despeiné, mi abuela si estuviera aquí me hubiera peinado con la raya hacia un lado. Decía que los jóvenes de ahora éramos unos desvergonzados, enseñándolo todo, con esos pelos, tatuajes…que donde estuviera un buen chico con sus zapatos y camisa…
Caroline se había puesto guapísima, con su pelo largo brillante y una camiseta que le favorecía mucho.

-¿Vamos?
-Sí, ya estoy listo, cogí la maleta y fuimos hacia la estación...



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Ecos del pasado