La primera
vez que te vi ibas vestida de azul. Me fijé rápido en ti, en tu blancura de piel,
en tus mejillas encendidas, en tu suave perfume. Me pareciste tan pura y única que
dudé incluso de mis sentidos.
Recuerdo que giraste a la izquierda y aunque fuera en dirección contraria, sin
percatarme, comencé a seguirte alejándome de mi destino. Tu alegre baile me
parecía irresistible y con un cielo tan nuboso como aquel imaginé que eras un
verdadero ángel.
La primera vez que te vi los labios no los llevabas pintados de rojo. Hubiera
sido una ofensa hacia tus rasgos apacibles y cautos, una tentación revelada que
sin duda me hubiera arrastrado hacia ti en un arrebato de poseerte.
Lo único que quería era seguir observándote, ver si eras real, si no eras fruto
de una imaginación desesperada y corrompida que había caído en el desamparo del
whisky barato de las tres de la madrugada.
La primera vez que te vi llegaste a una calle sin salida, te diste la vuelta
con los ojos cerrados y te acercaste. Las piernas me fallaron. Me vi
arrodillado ante ti sintiendo un universo en mi interior.
Me acariciaste con tu mano la cara y me susurraste palabras que nunca
comprendí. Tomaste mis labios como pretexto, fui víctima de tu hechizo y bebí
de tu dulzura hasta el amanecer. Desperté con alas que nunca jamás volví a
perder.
Aquella vez fue la primera y última vez que te vi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ecos del pasado