He llegado
hasta tal punto de selección que he sido capaz de guardar cada uno de tus
recuerdos en mi mente. Estás ahí, no desapareces. Sigues sentada, en silencio,
en mis pensamientos, mirándome con los ojos abiertos y con esas facciones de
ángel que llevas pegadas al rostro.
Eres tan real en mis sueños que casi lloro cuando me despierto. Las personas
como yo somos un poco necias cuando pretendemos recordar nuestros sueños pero
tú no te vas de mi cabeza, incluso tu figura cobra fuerza y se desliza entre
las sombras hacia mí.
La luz de las velas me recuerda siempre a tu cuerpo desnudo, tu respiración
fuerte y entrecortada, tus suspiros de luna llena.
Las noches saben a talco y a vainilla y desvelan el amor más puro que jamás
haya podido sentirse.
Las caricias exploran la superficie de tu piel y mueren en tus labios. Recorren
tu pelo, tus mejillas y se dejan abandonar en tus piernas y en tu vientre.
Te he observado dormir hasta altas horas de la madrugada. Hablabas mientras
dormías, intentaba descifrarte, pero eres tan compleja. Me pareces una criatura
vulnerable, delicada, como un gran tesoro de cristal que no puedo dejar que se
rompa. Te cuido, te abrazo y vigilo. Eres lo más valioso que tengo.
Tu tez blanca, nívea, me recuerda a los gélidos escalofríos que siento cuando
me rozas con las yemas de tus dedos. El pulso se me acelera y los ojos se me
cierran.
Cada vez creo con mayor seguridad que eres una mera invención, un ser
imaginario e inimaginable. Una ilusión que me persigue y me causa fiebre y
sudores. Una obsesión a la que no puedo abandonar ni aún estando despierto.
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Ecos del pasado