No parece
asustarnos observar cómo la evolución de la humanidad va haciendo estragos
sobre una sociedad tecnológicamente corrompida.
Acabamos dependiendo en exceso de unas adquisiciones que deberían facilitar
nuestras vidas y no quedar tanto a merced de las grandes multinacionales y de
los últimos modelos. La autocomplacencia se degenera en una autodependencia
peligrosa que nos vuelve inestables o nerviosos cuando no tenemos entre
nuestras manos un laptop o un móvil de última generación.
El fanatismo que ello despierta ha alcanzado a la sociedad y al mercado con
fuerza, y las compañías han estado atentas para que ninguno de nosotros
quedemos sin conseguir un nuevo come-cerebros portátil.
Pero no es
exagerado afirmar que estas nuevas tecnologías están absorbiendo toda nuestra
atención hasta límites preocupantes, y es que parece ser que el móvil se ha
convertido en la excusa perfecta para evadirnos de las conversaciones, amigos,
estudios o todo lo demás.
Un nuevo acompañante que nos es fiel como una mascota, aunque mucho mejor,
porque nos proporciona lo que queremos
al instante y sólo necesita una dosis diaria de electricidad encarecida para
recargar un corazón hecho de coltán e importado directamente de las minas
sudafricanas.
Lo pensaré un minuto. No, gracias.
Dentro de poco, los niños nacerán con un móvil bajo el brazo. O con un recibo de él, para que los padres lo puedan pagar a plazos.
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