Te escribo a ti porque no sé a
quién más escribir
Las palabras se me quiebran,
cada vez que intento expresarte lo que siento. La voz me tiembla, mi mente mide
cada una de las sílabas con las que intento atemperarte. Eras capaz de dar la vuelta a una situación desfavorable, hacerme sentir
culpable de una herida que tú me habías hecho. Me autodestruías. Escribo,
porque no tengo otro modo de poder decir lo que debo, ni lo que mis entrañas me
gritan de madrugada.
Te lloro porque no sé a quién
más llorar.
Porque fuiste la primera en oír
mi llanto, en sofocarlo, en transformarlo en una sonrisa y, a la vez, fuiste la
última en provocarlo, en escucharlo, en
encenderlo y transformarlo en una condena que pesa, en una cadena que
arrastro y que no me deja pegar ojo. Mi mente funciona como un sistema
soviético, la producción prima sobre el individuo, tal como mis pensamientos como
fin último, se incrustan y deambulan por mi cráneo. Lloro, aunque eso me lleve a la
desesperación.
Te quise porque ya no sabía a
quién más amar.
Porque soy incapaz de dejarlo
todo, de olvidarlo, de odiarlo, de quemarlo. Porque Pandora creó la mayor
maldad de la humanidad, eso que llaman esperanza, y que lo único que hace es
alargar la agonía y el tormento de los hombres. Me gustaría saber por qué me
estremezco cada vez que veo una foto tuya o cada vez que pienso en los días que
necesitaría para caminar hasta tu casa.
Te grito porque necesito que me escuches.
Te grito porque yo ya ni me oigo.
Te grito porque yo ya ni me oigo.
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Ecos del pasado