La paciencia me ha acompañado a
lo largo de la vida pero aquel viaje estaba acabando conmigo.
Olvidé el cansancio, el sueño, el dolor de cabeza y me acomodé en pensamiento de sosiego y calma. No paraba de repetir en mi mente “sólo debes esperar a ver el mar cuando mires hacia el este”, pero las estaciones pasaban y el mar no llegaba.
Estaba nervioso. No dejaba de imaginar e imaginar, de pensar en los próximos días, en las emociones, las miradas, las sonrisas y los viajes. Llegué algo confuso, preguntándome qué hacía yo allí y por qué estaba tan lejos de casa.
Olvidé el cansancio, el sueño, el dolor de cabeza y me acomodé en pensamiento de sosiego y calma. No paraba de repetir en mi mente “sólo debes esperar a ver el mar cuando mires hacia el este”, pero las estaciones pasaban y el mar no llegaba.
Estaba nervioso. No dejaba de imaginar e imaginar, de pensar en los próximos días, en las emociones, las miradas, las sonrisas y los viajes. Llegué algo confuso, preguntándome qué hacía yo allí y por qué estaba tan lejos de casa.
No dijiste absolutamente nada, permaneciste dos segundos mirándome con gravedad y después te precipitaste contra mi pecho como si hubieras perdido una parte de tu interior que necesitabas recuperar. Nos abrazamos en secreto.
Las fotos, los cementerios, las playas y las canciones, las prisas, los billetes de autobús, las luces y los mercadillos, los jabones, las tarjetas, las idas y las vueltas fueron detalles que nunca olvidaré.
Me sigues a todas partes, estás en mi mente y en mis pensamientos, eres mi idea y mi único argumento, un diálogo inacabado, que yo te buscaré un final junto a mí.
Tus caricias siguen grabadas como cicatrices en mi piel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Ecos del pasado