domingo, 15 de febrero de 2015

Finisterre

Desde el viejo faro apagado casi no se escuchaba nada. Sólo un suspiro de lluvia y un rugir de bestia que se atenuaba cada vez que la espuma salpicaba las piedras, caídas, de los acantilados.

Era el mes de febrero. La noche cubría el cielo y la mitología celestial quedaba atrapada bajo un manto de nubes que aclaraba la oscuridad con un gris tormentoso.

Habían caído unas gotas por la tarde y todo estaba mojado. Nos  habíamos precipitado a ese rincón de la bahía buscando un cobijo, aprovechando que yo ya conocía la vieja puerta de madera, de la parte de atrás, que siempre quedaba abierta.

Estábamos solos. Me quité el abrigo, los zapatos, los calcetines, y así, hasta quedarme en lo mínimo exigible. Me cubrí con una manta. Ella hizo lo mismo. Estábamos empapados, y nos vimos en una situación grotesca y entrañable.

Tapados con ese grueso testimonio de lana, lejos del puerto y sin esperanza de que amainara, decidí mirar su silueta entre las sombras. Apretabas tu pelo para liberarlo del agua con cuidado de que la manta no se te escurriera. Qué inocente parecías.

Te observaba fijamente. Estudiándote. Queriendo decirte tantas cosas innecesarias.
Temblabas de frío y te recostaste para apoyarte en mis rodillas. Así era más fácil ver la forma de tus pómulos, ligeramente preocupados, o la silueta de tus labios, aún mojados.

Tú me miraste, y sonreíste por la estupidez de las casualidades. Tenías una mirada profunda, que envidiaba y deseaba saber qué es lo que quería decirme. Yo no podía hablar esa noche, ni quería entender lo que decías. Sólo podía mirarte.

Te incorporaste y tu frente se apoyó sobre la mía. Un calor frío me estremeció y me recorrió súbitamente. Parecía que el oxígeno desaparecía. Yo sólo cerré los ojos, tú sólo suspiraste.


miércoles, 4 de febrero de 2015

Búnker

Estoy en medio de una guerra que no puedo parar.

Llevo días oyendo las sirenas de alerta,
viendo cómo los aviones de combate sobrevuelan el cielo,
sólo buscan supervivientes.

Quizá yo sea uno de ellos,
uno de los muchos que se debate entre un conflicto,
pero que no tiene ni armas, ni tanques.

Cada noche me disparan,
las balas penetran limpiamente,
y se quedan guardadas en alguna parte de mi mente,
sin poder encontrar la forma de sacarlas.

Toman forma de recuerdos,
de imágenes de desolación,
de lágrimas, de lluvia,
de respuestas sin solución.

Vuelvo a escuchar el silbido de las bombas.
Sé a dónde se dirigen, y yo no puedo hacer nada,
quizá esperar a recibirlas,
quizá recibir la estocada.


Aguardo en silencio, como siempre he hecho,
escondido, entre el pasado y los sentimientos.
Observando cómo poco a poco te difuminas,
agrandando esa herida que brota de mi pecho.