lunes, 26 de septiembre de 2011

Blando metal

Existe un tren, un tren que empezó siendo pequeño, construido con escaso presupuesto y con más dedicación que esperanzas de fiabilidad o de beneficio.
Aquel tren transportaba pasaj
eros desde el frondoso valle de la zona oeste hasta las altas cumbres de la zona norte.

Atravesando senderos abandonados por una vía raída por el tiempo y con tornillos oxidados. Madera carcomida la aseguraba y cada vez que pasaba por el puente del Gran Lago toda su estructura crujía.
Era emocionante, emocionantemente peligroso. Peligrosamente emocionante.

Aquel tren trasnportaba pasajeros desde el frondoso valle hasta las altas cumbres del Norte. Yo fui el primero en fijarme en ese tren, quien deseo renovarlo, lo que sería y se convertiría en el proyecto de mi vida.

Una vida por delante, medios rudimentarios y trastocados.

Ilusión y convicción la que os podáis imaginar.

Fue un 17 de Octubre de a saber qué año el día que empecé a hablar de aquella majestuosidad.

Amaba encarecidamente ese amasijo de hierros y tablas y fue mi cabezonería y un buen vaso de whiskey barato lo que hizo que empezar a tomarme en serio este proyecto.

Durante años me dediqué, casi exclusivamente a la mejora de aquel tren y de su trayecto. Sin apenas poder imaginarme más limpio que las manchas de grasa y hollín que llenaban gran parte de mis brazos y mi cara (excepto la parte de los ojos, que los protegía con unas lentes parecidas a las de un aviador), dediqué mañanas, tardes y noches a investigar los caminos y recorridos, a informarme de los avances tecnológicos, a pensar en cómo poder utilizar mejor el viejo tren....

Encontré en mi pequeño y joven aprendiz la receta de
un espíritu renovado cada día y me serví de él para no caer en la locura ni sobrepasar mi cordura. Como inocente y aún inexperimentado siervo conseguí que aprendiera con facilidad las nociones básicas del tren y su compleja mecánica. Los golpes que le asestaba tras sus indecentes equivocaciones, hicieron de él un verdadero especialista y tan sólo tardó 4 años en llevarme la delantera en topografía. Fue pues cuando él me confió sus ganas de diseñar el nuevo recorrido, que el tren haría y fue él quien dispuso ante mí una fortuna tal que dudé si había matado a cientos de personas para conseguirla.

Con una financiación que nunca me atreví a preguntarle, comenzó su utópico diseño de los planos de recorrido. No sólo se encerraba en el cobertizo que conseguí proporcionarle en el taller, también me confesó sus contactos con empresas de nuevos y más modernos materiales y emprendió su particular carrera hacia el éxito.

Mientra yo estudiaba cada recoveco del armatoste de hierro, cargamentos de cajas se iban apilando en las esquinas del lóbrego taller.

Pronto sus ausencias fueron recurrentes, y mi enfermedad, contraída hará unos 4 meses, empeoraba mi salud y aceleraba mi vejez.

Mis escritos de años y mis descubrimientos de aquella poderosa máquina los guardé en el lugar más recóndito de mi mente para poder desvelar sólo a él, los secretos que escondía.

Ya en mis días de locura y de vaga consciencia, con meticulosidad y cuidado, cargó más con mi alma que conmigo hasta el Gran Lago. Allí se alzaba el nuevo puente que él mandó construir con una ayuda que nunca quiso desvelar. Más adelante, una colina despertaba las nevadas cumbres que serían rodeadas por las nuevas vías de resistente acero y madera nueva.

Mis recuerdos de aquel momento, más vivos que muertos, perviven aún en mi interminable adiós, pero fue un 9 de septiembre de un año ya olvidado por mí, el día en que observé el trayecto de aquella maravillosa locomotora. El trayecto, 5 km más largo, tardaba menos de la mitad de tiempo.

Su efectividad y su velocidad, hicieron de aquel tren recurso indispensable para el día a día de decenas de personas.

Construcción de héroes, sigo refugiándome en aquella locomotora que ruge con violencia cada vez que el viento de invierno roza sus innovadores mecanismos; que bombea aquel delicioso vapor; que me regala aquellas sensaciones mágicas e indescrptibles; que acelera cada vez que decido pensar en ti.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Recuerdos

Cuando ves que todo lo que pueda pasarte, todo lo que te pasa y todo lo que te pasó puede desaparecer, hay veces que dejamos de sonreir…

Hablo de todas las cosas malas que hemos sufrido en nuestra vida, como aquel accidente de tráfico, o el día en que miles de personas murieron ahogados, sepultados o aniquilados.

Hablo de cada uno de los recuerdos que nos azotan desde que tenemos uso de conciencia. El día en que abracé a aquel desconocido, el día que mi regalo fue el más grande en Navidad, el día en que descubrí que aquel videojuego era el mejor del mundo, o la tarde que no me importó quedar 2º en aquel campeonato de balonmano.

Miro atrás y veo que lo malo me ha hecho recapacitar y me ha hecho cambiar a mejor. Ser más tolerante, sabio y cuidadoso.

Miro atrás y veo lo que he cambiado. Antes no era así y en unos años no seré como soy ahora.

Lamento y no sabéis cuanto, que exista gente que en esto no puede pensar, más por nada, por que no puede recordarlo.

Gente que no puede acordarse ni del más doloroso recuerdo de su vida, ni del más feliz, que ha perdido parte de su identidad, porque más que nunca no saben quienes son.

Hoy, aprovechando que es el Día Mundial de la lucha contra el Alzheimer y aprovechando que este 2011 es también el año de la lucha contra el Alzheimer, recuerdo a todas aquellas personas que no quisieron pasar por algo que ahora les come poco a poco…

domingo, 18 de septiembre de 2011

Mitos y leyendas

En mís días de egoísmo fui Diosa del Olimpo y no lo supe.
Como egoísta que fui mi superioridad más aún se hizo notar no sólo entre mortales y semidioses, si no en los compañeros de mi misma condición.

Un mortal, tan vulnerable y necio. Apenas rival para una divinidad.

Con arte y sutileza, volcanes de lava y magma se hizaron sobre ciudades enteras para deleite el mío de su completa destrucción.

La fragilidad que reflejaban poco podía importarle a una deidad de lo cielos que incluso lluvia era capaz de controlar. Tormentera fortuna la que hizo salvar de aquella hecatombe a un solo mortal. Ser que más tarde ocuparía mi lugar.

Fui titán en mi época de máxima crueldad. La destrucción, valorada entre pocos, no tardó en convertirse en el motor que movía mis ganas de exterminar, mi única razón de ser.

Fuerza sobrehumana la mía y alaridos ensordecedores hacían extremecer al más valiente de los héroes, mientras mi oscuro fin, moría por dentro con cada víctima de mi violenta locura.

La culpa, organizada en la cabeza y sin indício alguno de su cese, acabó por carcomer la poca coherencia que me quedaba y el haz de destrucción que dejé y dejaba, se convirtió en una explosión que apenas dejó cuerpo mío sobre la faz del Mundo de los Mortales.

Fueron los navegantes los únicos supervivientes de la maldición de aquellos que rencor y malicia sólo contenían en su interior. En un ademán de perder el miedo fue el navegante quien se asomó a cubierta a ver los cielos ardientes y las nubes de odio y maldad que ascendían verticalmente hacia el agujero de los cielos.

El mar, azul e intacto, impoluto tras los estragos que llevaron a la desaparición de aquellos que habitaban la tierra. Brindó oportunidad a cada uno de sus fieles de pedir un deseo. Y no fue más que su bondad impregnada de sal y frescor, la que hizo recomponer aquel estado de aflicción, que se cernió sobre los vivos y que recompuso las vidas de hasta los muertos.

Por esto y aquello, recuerdo, que no fui diosa, ni titán, si no humilde pescador, marinero de la mar.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Hay cosas que es mejor no dejar pasar.

Empecé conociéndome durante mucho tiempo y a aprender de mí como nadie antes se había molestado nunca.

Vi que físicamente soy un chico normal, que tengo dos ojos (algo más claros que la media), dos piernas algo delgadas y dos brazos, un poco más largos que la media.

El pelo es totalmente normal. No es rizado, aunque tampoco llega a ser liso.

Al cabo de un tiempo, y tras ver aquella película, aprendí, que en el mundo sólo existen dos clases de personas: los hombres y las mujeres.

Y yo sólo tenía una cosa muy clara. Que era un hombre.

No tardé en darme cuenta de que había mucha más gente como yo.

Vestían diferente, tenían sombreros más grandes o más pequeños y corbatas de diferentes colores. Los maletines, algunos raídos con el tiempo y otros importados directamente desde Viena.

Supe, que no todos los hombres se movían a la misma velocidad y, al igual que un anciano tardaba una media de 6 minutos y 27 segundos en ir del parque a la estación. Un joven hacía el mismo trayecto en casi la mitad de tiempo, 2 minutos y 58 segundos.

Más tarde me fijé en la altura.

Fue algo muy extraño porque los hombres, al igual que las mujeres, primero son infinitamente pequeños, y más tarde, empiezan a crecer desmesurdamante hasta que un día bajan su nivel de crecimiento más de un 100% de la media que habían mantenido en los últimos años. Así, pasarían décadas manteniendo estable su crecimiento, hasta que éste empezara a decaer volviendo a una especie de decrecimiento no muy pronunciado.

Incluso me costó comprender cómo hombres exactamente de la misma edad mantenían diferencias tan notables entre sus estaturas.

Cuando creí haber comprendido casi en su totalidad a los hombres me fijé en las mujeres.

Claramente estaba ella. Una chica totalmente normal. Pelo oscuro y un poco más largo de la media, ojos curiosos y sonrisa pícara. Delgada, bastante más que la media y con olores que enamoran. Estatura un poco por debajo de la media y alegre.

Si había algo que la diferenciara de mí es que ella era una mujer. Y como mujer hacía cosas típicas de las mujeres: iba a la peluquería, hacía la compra buscando los precios más indicados, le gustaba presumir y vestir bien y que le regalaran cosas bonitas.

Ella era una chica con suerte porque le hacían una media de 45 regalos al año, de los cuales, el 60% eran de desconocidos y sólo un 1% era mío.

Si me quedo con algo de nuestra relación es que siempre hemos sabido dejarnos llevar y abandonarnos el uno al otro al azar. Sí, suena demasiado bien, como aquellas tardes por Copenhague.

Recuerdo fácilmente su nombre, algo que no me cuesta apenas.
Tampoco olvido nunca aquello que ya está escrito.

En realidad, lo único que me falta es saber de quién estoy hablando.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Percepciones

He decidido haceros partícipes también de frases que han sido (o son) históricas para mí. Yo las entiendo a mi manera. Quizá comparta lo que digáis, quizá piense justo lo contrario, en tal caso siempre aceptaré aquello que queráis decirme.


Cada mes os pondré una frase para que simplemente me digáis a qué os recuerda, si la habéis oído antes, qué os incita, qué puede significar, si os inspira. No importa qué es lo que digáis. Lo importante es que lo hagáis.


La vida es como un cuenco de cerezas

The War” (Jon Avnet)